L. Miguel Aucatoma Salazar – Looyrocks – (Quito, 31 de octubre de 1982). Ingeniero, Consultor Técnico, Profesor a tiempo parcial de Instituto, aficionado a la lectura. Ha realizado trabajos de escritura de ensayos, cuentos, fanzines, artículos y poesía en ambientes de carreras técnicas, rompiendo la rigurosidad de métodos de ese entorno. Obtuvo breve colaboración en periódicos universitarios con un par de amigos que ahora han sucumbido a la vida del trabajo o modernos entretenimientos. Ha quedado en estado de limbo, del que espera salir al hallar el camino de vuelta usando ese mismo método que lo condenó; el de la lectura. El acto que creyó condenatorio nunca ofreció salidas, sino opciones y las opciones son infinitas. De aquel tiempo quedan pocas evidencias, la mayoría de esas, si no todas, han sido anónimas o creadas bajo seudónimos, por eso pensar en si estos escritos tienen validez, sería un acto de dar crédito al autor.

Destroy All Monsters, The Last Rock Novel, es un título llamativo para una historia narrada en dos caras de un universo ficticio; sutiles y profundas son las diferencias de esas dos partes que a modo de un disco deben ser leídas como un concepto hacia lo que actualmente nos enfrentamos con los cambios en la música popular y principalmente en el rock.

Dado que los tributos abundan, con esa introducción uno pensaría que va a encontrarse con una novela tributo a grandes bandas, héroes de la guitarra o lados no conocidos de mega conciertos o espectáculos que fascinaron durante décadas a los que seguimos el ritmo y el ambiente de la música rock, pero en realidad ese es otro tipo de acercamiento a la escena más local, subterránea y desconocida; a los anónimos, solitarios o desterrados que hallamos en las escenas de las ciudades espacios para disfrutar de fines de semana con improvisaciones, experimentos y con anhelos de que aquello ‘hecho a mano’ sea más visceral y apegado a la realidad, tal vez, posiblemente escarbada en ese anhelo de que esos proyectos lleguen a la espectacularidad que otrora alcanzaron los ritmos frenéticos de tales propuestas.

Los dos lados de la novela de Jeff Jackson
Fotografía: L. Miguel Aucatoma.

Y es que la real historia del rock va de aquello, de escenas pequeñas, tanteos, de pruebas con sonidos y formas musicales que después de ciertos aciertos y descubrimientos —así como de grandes fracasos— llegaron a cautivar a centenas, luego a miles, y llegaron a cotas de los millones; pero esa no es la historia de esta novela, sino la de ubicarse ahí, en un lugar de música improvisada, punk, de bares, de teatritos, de plazas pequeñas o clubes, sin salir (o apenas) de ese ambiente limitado, y es por eso que se vuelven entrañables ciertos pasajes de la historia para quienes hemos vivido ese mundo.

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Presentación de una banda local en el Centro de Arte Contemporáneo Quito, febrero 2018.
Fotografía: L. Miguel Aucatoma.

En la ciudad en la que escribo existe un movimiento «casi» constante de ese tipo que, a pesar de todas las deficiencias y de que la gente no asista, se niega a desaparecer; al contrario, siempre apuesta por que las «tocadas» sean gratuitas, o incluso contando con que no hay registros serios de su música, y de que no hay organizaciones especializadas para difundir/conservar lo que hacen… y larguísimo etcétera, aún vive, y ese —puede decirse— sí es el germen de esta particular historia porque el autor debió sentir lo mismo. Jeff Jackson tuvo (o tiene aún) una banda llamada Julian Calendar, es un autor independiente, esto lo deja muy claro en su filosofía DIY y en el aire autónomo de la banda.

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Cartel de Presentación Julian Calendar
Crédito: Jeff Jackson
Recuperado de:  https://twitter.com/deathoflit/status/1005450711138799616, 9 jun. 2018.

Los tintes autónomos de la banda se evidencian en la biografía que indica:

Julian Calendar no es tu banda de rock estándar. Con base en Charlotte, Carolina del Norte, la banda está dirigida por Jeremy Fisher, quien ha estado haciendo esto por un tiempo. El año pasado, después de escribir algo de música instrumental, se acercó a dos amigos para proporcionar algunas letras de algunos demos. Una de sus integrantes es Amy Bagwell, quien es poeta y artista; el otro, Jeff Jackson, un novelista. Como señala Fisher, hicieron más que proporcionar letras de canciones, trajeron melodías y otras ideas sobre cómo dar forma a la música. Y Jackson se unió a la banda como cantante. Ni Jackson ni Hannah Hundley, que también se encargan de las voces, han estado en una banda o han tocado antes. Scott Thompson toca básicamente lo que quiere o necesita una canción (guitarra, bajo, batería, percusión, acordeón, cello, etc.) y Lee Herrera, el baterista, se unió después de que el álbum estuviera completo. (Fuente: http://politicsslashletters.live/features/1561/ Recuperado en marzo 2019, Traducción del extracto de L. Miguel Aucatoma)

Con esos antecedentes, Jackson en su novela del 2016 decidió destruirlo todo, metafóricamente hablando, porque hay cosas que se niegan a morir, de ahí el título, como la extraña forma en la que planificó hacerlo, con una epidemia mental inexplicable de jóvenes que actuando sin aparente causa empiezan a perpetrar muerte solo a los miembros de esas bandas. Para esto nos trae una historia compuesta en dos lados: el que en primera instancia narra esta peculiar infección, y el que en segunda instancia ahonda en las secuelas de esos eventos en una pareja, revisado en saltos de realidad que no le libran del mismo infortunio. El universo paralelo y la muy trillada ficción apocalíptica infecciosa o zombie son solo pretextos para elevar criticas o añoranzas de un momento de comunicación musical que se pretendía a sí mismo inmortal, y hoy se halla en un extensa agonía.

Pero el título no solo que representa bien a la novela y sus conceptos, sino que tiene raíces que valen ser analizadas. Ese otro componente puede rastrearse en la revisión que hace Brooks Sterritt para Los Angeles Review of Books, donde nos cuenta cómo el origen de Destroy All Monsters puede encontrarse en la épica película japonesa de los 60s, y de ahí en una banda proto-punk de Detroit:

La novela de múltiples capas de JEFF JACKSON, Destroy All Monsters, comparte un título con el oscuro, pero seminal grupo de proto-punk / noise-rock de Detroit, llamado así debido a Destroy All Monsters (1968), la novena película de la franquicia de Godzilla. Esta película de kaiju (literalmente «bestia extraña») es notable por varias razones. Es la última película de la serie Godzilla con la participación de todos los llamados «cuatro padres de Godzilla»: Ishirō Honda (director), Tomoyuki Tanaka (productor), Eiji Tsuburaya (efectos especiales) y Akira Ifukube (compositor y creador del rugido icónico de Godzilla). La película también tenía más monstruos (¡11!) que cualquier otra película de Godzilla hasta ese momento. La razón de este exceso, y de reunir al creativo equipo de ensueño, fue la tendencia a la disminución de las ventas de boletos para películas de monstruos, en parte debido a la competencia de la televisión. El estudio tenía planes de terminar la serie de manera grandiosa, y la premisa que dieron a los guionistas Honda y Takeshi Kimura fue sencilla: «mostrar a todos los monstruos».

[…]

Fue una de las ofertas más exitosas de Honda a nivel internacional, y en 1974, la película había capturado la imaginación de un grupo de artistas en la Universidad de Michigan. La formación original de la banda «Destroy All Monsters» estaba conformada por los artistas visuales Mike Kelley, Jim Shaw y Niagara, junto con el fotógrafo y cineasta Cary Loren. La apreciación de la banda por la película japonesa de serie B, y otras características de las criaturas, es indicativa de la trayectoria de la música rock durante este periodo. (Sterritt, Brooks; Destroy All Rock Novels; Los Angeles Review of Books; 29 de diciembre de 2018, Traducción del extracto de L. Miguel Aucatoma)

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Secuencia Inicial de Destroy All Monsters, película de 1968.
Título original: 怪獣総進撃, Kaijū Sōshingeki, lit. ‘Monster All-Out Attack’. Tomoyuki Tanaka. (productore) e Ishirō Honda (director). (1968). Japón: Toho Studios.

Aquí reside una conexión extraordinaria, un guiño que Cobain dejó escrito en su nota de suicidio, haciendo suyo un verso de Neil Young: «Es mejor arder que apagarse lentamente», tomando este camino podremos intuir que la razón de la epidemia es acabar con todos antes que permanecer por siempre destinados a la nada, a un limbo o purgatorio no esperado. En tiempos en que el sentido de la música popular ha perdido su capacidad de maravillar o volverse parte de los actos cotidianos con astucia, puede decirse que esta da la sensación que se ha homogeneizado sin llegar a transmitir emociones, que bien pueden nacer de experimentar haciendo cosas por uno mismo sin mucha grandiosidad pero con cuotas elevadas de entrega sino apelar a lo básico y repetitivo pero aderezado en maquinarias digitales y filtros que derriten esa capa de «inocencia» o «talento que persiste hasta mejorar», el lector en este punto pude referirse a muchos análisis especializados que narran los procesos de mejora en la música pero que del mismo modo le han restado su «alma» para volverla perfectamente sincronizada, embellecida y como se ha mencionado repetitiva.

La novela para que no se considere que ese efecto es único en ese espacio de nostalgia que son las escenas locales, lo deja claro:

—No son solo las bandas locales […]. Hay tanta música sin vida por todas partes y se sigue multiplicando. Está contaminándolo todo. «Estas bandas están envenenando algo que solía ser significativo, […]. Su música es realmente tóxica: nadie quiere hablar de ninguna conexión entre las bandas que han sido atacadas, […]. Pero la mayoría de ellas han sido espantosas. No estoy tan segura de que sea una coincidencia». (Destroy All Monsters, the last rock novel. Página 132 Lado A, 2018, Primera Edición, FSG Originals, Estados Unidos. Traducción del extracto de L. Miguel Aucatoma)

La intoxicación a la que hace referencia se da por la acumulación, la sensación de la vida contemporánea de tener acceso a tanta música (tanta información) y que causa que las cosas nuevas suenen todas iguales.

«A lo largo de los años, seguí acumulando enormes cantidades de música» […]. Tenía acceso a casi todo, pero escuchaba cada vez menos. Finalmente tuve que admitir que la música ya no me excitaba. Así que he regalado la mayoría de mis discos. Incluso los grandes han sido contaminados. Se sienten inútiles como todos los demás. Sólo son más ruido. […] Estos días ansío el silencio, […]. (idem, Página 133 Lado A)

Ahora la otra clave, hacer residir también el leitmotiv en el nombre de esa banda casi desconocida del proto-punk estadounidense a la que ellos mismos se denominaron como anti-rock, enfatizando el anti como forma de estar en contra, aquí también hay un ajuste a los preceptos de los perpetradores de crímenes de la novela, veamos que nos cuenta en el manifiesto de la banda de Detroit de la que también bebe como fuente para la historia:

Destroy All Monsters comenzó como una banda anti-rock. Nuestra colección de palabras, imágenes y sonidos fue un intento de poner nuestras narices en el pretencioso circo de las tonterías de la estrella de rock y el vacío musical que llenó las ondas de aire desde principios hasta mediados de los 70. […] Las imágenes que nos conmovieron fueron entonces una extraña combinación de cine negro, películas de monstruos, psicodelia, valores de la tienda de segunda mano y el implacable zumbido de una cultura popular enloquecida. […]nuestra música a veces contenía una dirección narrativa o narrativa que nunca fue bien explorada, un sentimiento de pesimismo, desastre y apocalipsis mezclados con dosis de anarquía, comedia y absurdo nos mantuvieron juntos y fueron algunos de los temas principales que colorearon nuestra pequeña escena. Nuestra alienación y mayor ansiedad fue una visión psicótica de la vida que compartimos en diversos grados. Sentí que estábamos creando los sonidos que queríamos que existieran pero que «no se encontraban en el paisaje desolado que nos rodeaba. Sin prácticamente audiencia y poco apoyo, continuamos expresando nuestros mensajes del fin de los tiempos y nuestras creencias ajenas; una especie de banda de garaje paranoico-crítica que emergió del cinturón de óxido de Detroit que manchó nuestras actividades con una pátina psicodélica industrial. (Loren, Cary; a manifesto of ignorance; destroy all monsters; mayo 1996, Detroit, Estados Unidos, recuperado de: http://www.furious.com/perfect/dam.html)

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Banda Destroy All Monsters-Detroit (1973 a 1985).
Crédito: Desconocido, Recuperado desde:  https://imgur.com/dmVMYEp, 17 de Noviembre de 2015

Precisamente ese sentimiento de pesimismo, desastre y apocalipsis del manifiesto de Cary Loren hace que se justifique la extrañeza del origen de la epidemia en la novela. Regresando al tema de zombies, no importa el origen de aquellos sino la sensación de estar atrapado en ese ambiente, por eso mismo no se deben esperar respuestas para el psicótico mal de los asesinos en el libro de Jackson, tal vez el epílogo en la segunda parte nos intenta dar pistas, pero dada la forma en que se presenta, no hace más que elevar nuestra inquietud.

Por otro lado, el acierto de la ambientación se hace evidente dadas las descripciones de la ciudad donde se dan los acontecimientos, Arcadia, ese nombre recurso del país imaginario, creado y descrito por diversos poetas y artistas, sobre todo del Renacimiento y del Romanticismo, pero que aquí se conecta de forma adecuada con lo que se ha venido analizando:

En los últimos tres años, la economía se hundió y la fábrica de sillas de ruedas se cerró. Los The ‘Carmelite Rifles’ se alejaron para sacar provecho de su éxito, y no pasó mucho tiempo antes de que varios de los mejores músicos de la ciudad siguieran su ejemplo, apostando a que su suerte estaba en otra parte. El apogeo de la escena se desvaneció como un aburrido espejismo. (Destroy All Monsters, the last rock novel. Página 30 Lado A, 2018, Primera Edición, FSG Originals, Estados Unidos. Traducción del extracto de L. Miguel Aucatoma)

Es inevitable relacionarlo con la misma Detroit que Cary Loren coloca en su manifiesto, ese cinturón de óxido que les manchó de mugre psicodélica industrial, y así lo deja claro Brooks Sterritt regresando a su análisis donde hace uso en sección de las notas de Mike Kelley, las cuales acompañan a la caja compilatoria de la banda de Loren.

«Detroit, al igual que todas las demás ciudades industriales del Medio Oeste, tuvo una muerte innoble. Pero Detroit todavía tenía su orgullo cultural; todavía era «Rock City», para citar a Kiss. […] «La economía de Detroit se había derrumbado y había llevado consigo su cultura radical. Detroit era una ciudad muerta». Mientras que Detroit es sinónimo aquí tanto de Rock City como de una ciudad muerta, en el mundo de la novela Arcadia se conoce como «Kill City». Este es también un guiño al Iggy Pop de Michigan, el auto-infligido pionero que dijo haber inventado el buceo en escena (stage-dive) (en Detroit, nada menos), quien grabó un álbum llamado «Kill City» con James Williamson de The Stooges. (Sterritt, Brooks; Destroy All Rock Novels; Los Angeles Review of Books; 29 de Diciembre de 2018. Traducción del extracto de L. Miguel Aucatoma)

Regresamos con esto al «paralelaje dimensional» de la acción en la novela, la dualidad Rock City-Kill City. El contraste entre Kiss e Iggy Pop, esas figuras reconocidas que se reflejan en escena subterránea, justificando la elección de crear los dos lados de la novela. Kiss en la cima de rock, glamouroso, gritando en un concierto: «¡Tienes que perder la cabeza en […] Rock City!», Iggy respondiendo desde las primeras voces del punk probablemente en ese concierto en el que por primera vez se lanzaba hacia el público: «Sí, la escena es fascinación, hombre y todo es gratis. La escena es fascinación, hombre y todo es gratis. Hasta que terminas en algún cuarto de baño, con una sobredosis y de rodillas». En la novela el recurso queda claro en estas líneas:

—¿Qué es Kill City? Edie susurra.

—¿No te has enterado?, dice Flo, —se ha vuelto viral. (Destroy All Monsters, the last rock novel. Página 82 Lado B, 2018, Primera Edición, FSG Originals, Estados Unidos. Traducción del extracto de L. Miguel Aucatoma)

En el «paralelaje» expuesto, todo sucede en el «flujo real» de otra dimensión, es tan palpable y posible como la locura que hoy desencadena tantos tiroteos y matanzas (recordemos el país de origen de esa novela) y que no dista mucho de la posibilidad de este tipo de epidemias. Los tiempos nos demuestran cuánto podemos fallar respecto de nuestras especulaciones de bienestar. Pero el autor no se conforma con colocar otra capa sobre esta dimensión, la nuestra (para contar el lado A de la novela llamado «My Dark Ages», tal como la canción de 1985 de Pere Ubu, otra banda experimental y un tanto desconocida), sino que a ese lado le da nuevamente la vuelta, como el giro que hay que darle al libro para acceder a «Kill City». Retorcer, girar, ver desde otro lado la realidad tantas veces como sea posible. En la primera parte se dedica el texto a Johnny Ace, la primera baja del rock, de quien se dice murió jugando a la ruleta rusa, algo que queda retratado en el final del capítulo cuarto con uno de los personajes de la novela. Nótese la magnífica forma de reinterpretar, tomemos un extracto que cuenta esta particular situación:

El bajista de Big Mamma, el magnífico Curtis Tillman, que estaba en la habitación en el momento del disparo, dijo hace años:

«Yo diré exactamente lo que pasó. Johnny Ace había estado bebiendo y tenía esta pequeña pistola que estaba agitando alrededor de la mesa y alguien dijo ‘Ten cuidado con esa cosa …’ y él dijo ‘¡Está bien! ¿La pistola no está cargada … ¿ves?’, y apuntó hacia sí mismo con una sonrisa en su cara y «¡Bang!» Triste, muy triste.

Big Mama corrió gritando: ‘¡Johnny Ace acaba de matarse a sí mismo!

Sin embargo, Big Mama Thornton, que también fue testigo del tiroteo cuenta otra historia ligeramente diferente:

Johnny Ace había estado jugando con la pistola, pero no era la ruleta rusa. Johnny apuntó el arma hacia su novia y otra mujer que estaban sentados cerca, pero no disparó. Luego apuntó el arma hacia sí mismo. El arma se disparó, justo en la sien de su cabeza. (extraído de http://www.realbluesmagazine.com/Memorium.htm, Archivo original del 18 de enero de 2011-01-18.Rrecuperado en marzo de 2019. Traducción del extracto de L. Miguel Aucatoma)

Él retiene una sola bala y la examina entre el pulgar y el índice. La nariz redondeada es un poco más oscura que mi cilindro liso. Parece casi benigna. […] desliza la bala en una cámara e intenta hacerla girar. La cámara se pega, incluso ahí no puede hacer lo correcto. Él le da un giro con más fuerza y da la vuelta. Él la hace girar de nuevo. Y otra vez. Sus manos saben lo que están haciendo, incluso si su mente no se ha enterado». (Destroy All Monsters, the last rock novel. Página 221 Lado A, 2018, Primera Edición, FSG Originals, Estados Unidos. Traducción del extracto de L. Miguel Aucatoma).

El lado B de la novela no se dedica a un personaje real, sino que está dedicado a la memoria de Jennifer Marx, el personaje que condujo la primera parte y que en este lado encuentra su trágico destino. De modo que el autor no se conforma con superponer un mundo posible sobre esta, nuestra realidad, sino que a ese mismo mundo del lado A, le da un reflejo y los doppelgänger se enfrentan a los mismos sentimientos de abandono, y al mismo tiempo los tiñe de su propio matiz de realidad, una acertada capa metaficcional.

Trato de escribir lados-A, —dijo Shaun. —Pero cuando escucho, prefiero los lados-B. Esas son las tonadas donde las bandas esconden sus secretos. (idem, Página 20 Lado A, 2018)

El hallar una obra que reviva el sentido de la nostalgia musical de las escenas subterráneas aún expuestas a la atrocidad de la muerte y al contraste de la espectacularidad con los manifiestos o las ubicaciones metaficcionales y referenciales. Los saltos de realidad e incluso la reunión de todos los personajes secundarios para atraer a los fanáticos hacia referencias del film japonés hacen que el lector de «Destroy All Monsters, the last rock novel» se enfrente a un acto renovador, para la música y la misma novela. Esto permite recorrer el camino de bandas casi anónimas, o incluso recordar esos componentes que van más allá de la música y que forman parte de varias incursiones a la «escena independiente» desde las ciudades donde se escribe esta nota, las mismas que no distan de aquellas en las que el escritor, Jeff Jackson, también es partícipe. En otro nobel, invita a presentir que el acto renovador de la música actual deberá llegar de nuevo desde esos recovecos en miras a hacer que la «música importe de nuevo». Finalmente reflexiona sobre el hecho de presenciar un libro que debe leerse con el propósito de sumergirse en la experiencia que quiere presentar, los dos lados, solo así se logra sumergirse en los giros, en el hecho de tener que cambiar la cara del disco para seguir escuchando (dar la vuelta al libro para seguir leyendo y así tener mayor inmersión en las referencias). Un libro que requiere más de una lectura porque el gorjeo de los gorriones y el ruido tienen su forma de contar algo si sabemos escuchar.

La novela y la escena independiente.
Fotografía: L. Miguel Aucatoma.

Edición: Mariana Moreno

1 Comentario

  1. A pesar de todas las deficiencias y de que la gente no asista, se niega a desaparecer; al contrario, siempre se apuesta por que las “tocadas sean gratuitas”, o incluso contando con que no hay registros serios de su música, y de que no hay organizaciones especializadas para difundir/conservar etcétera, pero aún vive, y ese, puede decirse que es el germen de esta particular historia porque el autor debió sentir lo mismo. Esto permite recorrer el camino de bandas casi anónimas, o incluso recordar esos componentes que van más allá de la música y que forman parte de varias incursiones donde se escribieron las mismas.

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