Tiempo de recogimiento
De encontrarse con un “uno mimo” que parecía extraviado en el pandemonio de una cotidianidad asfixiante, de esos lunes a viernes de trabajo, donde la vida citadina adquiere su sentido y nos condiciona; allí donde estamos juntos, juntamente despersonalizados, individuales, tan estadísticos. La pandemia nos reencontró, nos recogió puertas adentro. Volvemos a la casa como extraños; con más miedos, híper informados—esto nunca es bueno del todo—, todas las “alarmas” y angustias se disparan cuando la información brota virulenta también: allí hay de todo y para todos. Las informaciones son tantas; abruman, desasosiegan, pesan, se apilan en el ordenador. ¿Desconectarse? Puede ser. Pero no del todo. Hay que comenzar a tamizar las informaciones; qué sirve y qué no. Es fundamental saber qué aportan ciertas informaciones para tener una idea más clara sobre esta inédita situación que vivimos. Lo inédito, cuando viene aparejado con lo traumático, siempre crea incertidumbres y angustias. A la atmósfera pandémica se suma una atmósfera de psicosis colectiva. Todo ello es comprensible en un mundo donde la tecno y tele-información está atravesando todas las instancias de la vida.
Es claro que cuando se habla de información, aquello que transita en los dispositivos tecno-informáticos y de consumo masivo, es lo que acontece en los polos de poder o aquello que la hegemonía decide informar interesadamente; sabemos más de la Reina de Inglaterra que del presidente del país vecino; sabemos más de Britney Spears (ahora “comunista”) que de Ismael Serrano o Los Nocheros. Consumimos eso porque estamos ya acostumbrados a eso; años de condicionamientos, de patrón cultural estratégicamente definido y estudiado, formas específicas de seducción y acoples: narrativas mediático-culturales que ya tomaron vida en nuestra psique. Porque hemos naturalizado ese esquema informativo: existe, en términos informativo, lo que nos proveen los polos de poder a través de sus dispositivos y plataformas. A veces (y como por descuido) se cuelan informaciones por otras vías y de otras realidades que, más temprano que tarde, la hegemonía se encargará de encauzar al flujo tecno-informático dominante. El manejo de la información es una parte fundamental de cualquier esquema hegemónico. Nada nuevo bajo el sol.
Hay palabras que adquieren un nivel material interesante
La palabra pandemia no tenía esa sonoridad y carga semántica hace un par de semanas atrás. Adquirió un nivel sustantivo-material inusitado. La humanidad aprendió más de ella en estos últimos días angustiosos y aciagos que en todos los siglos anteriores. Lo hizo, aprendió desde un acontecimiento no deseado. Al ver las imágenes de los cuerpos sin vidas en las calles de Guayaquil, algo se nos descompone por dentro. El nivel de significación del significante peste o pandemia adquiere otro volumen, un significado excesivamente material y humano… verídicamente mortuorio. La metáfora da paso a la vivencia, la analogía cede ante la realidad de algunos cuerpos humanos tirados en la calle. Como película distópica, las personas van con el barbijo (tapaboca) y tosen discretamente, no quieren ser delatados por tosedores (toser en público es cuestionable).
En esos marcos, las palabras relacionadas con el COVID-19 adquieren un nivel de materialidad inusitado: alarman, confunden, angustian. Cuando las palabras adquieren tal nivel de verificación, cuando no dan margen, sino que dicen lo que quieren decir con exactitud material; ese sentido mítico y esperanzador que también nos atraviesa como humanos, entra en crisis. Ahora se sabe que pandemia, cuarentena, barbijo, respirador artificial, inmunología o virus no son evocaciones, palabras referidas y lejanas; algo que alguien dijo la otra vez. Tuvimos que pasar por este encuentro (inédito y traumático) entre significantes tales como pandemia, virus o cuarentena (que hace un par de semanas atrás tenían otro significado) y significados (materiales y verídicos) para aprender que lavarse las manos es importante. El encuentro del significante con el trauma hace que los significados se replanteen; uno mismo, ante esta evidencia, termina por resignificar, por establecer nuevos códigos sobre viejas palabras; palabras evocadas, de diccionario, que ahora adquirieron otro rumbo, un destino sígnico distinto, profundamente cercano, material y verídico. Los agenciamientos hegemónicos entre significante y significado nada pueden ante esta realidad.
En este momento el significante peste es peste. Pero también es impresión subjetiva de aquello que te toca si la peste te alcanza con su verídica fatalidad. Entonces ya las palabras no sólo están contenidas en los diccionarios, sino que adquieren una existencia propia que no deseamos cuando se trata de peste o virus. Porque la peste o el virus, ahora mismo, tendrán otra relación con el yo, con la persona concreta que la padece o está bajo su aura mortal—buena parte de occidente ahora mismo está sometido a esta angustia en su doble articulación: angustia a causa de la híper información y a causa de la facticidad misma de la pandemia—. Cuando las palabras significan exactamente lo que significan, cuando sus sentidos dejan de ser evocativos y distantes; se alejan del significado ideal, de su inmaterialidad “diccionarística” y “aséptica”; se vuelven humanas, demasiado humanas. Adquieren su sentido adánico, de principio, de Génesis… también de facticidad: nombra lo que es, lo que está, lo que se alcanza a ver, lo que impacta y toca. Ojalá las palabras, así sobre terminadas por la materialidad, vuelvan a su sentido evocante. Que esas palabras vuelvan a los diccionarios inmóviles.
Esta pandemia debe ser también una oportunidad para pensar el modelo civilizatorio.
Evaluar el mundo de forma integral: los modelos de desarrollo, las formas democráticas, las relaciones humanas, los modelos políticos y económicos, la gestión de la vida en general. En tiempos de crisis como esta, inédita en un sentido amplio, se puede abrir un espacio para un tipo de reflexión más comprensiva, más humana. Poner en el centro de los debates el propio sentido de humanidad y vida. ¿Qué humanidad somos? ¿Qué vida queremos vivir? Ahora mismo es el momento de la ciencia aplicada a la vida y no a la muerte. Es el momento de la investigación médica sin fronteras, sin que medie el negocio de las patentes, sin los apremios económicos que signan el mundo de la investigación científica. Es el momento de repensar rumbos y definir nuevos esquemas de “estar juntos”, de vivir y ser juntos. Paolo Giordano ha señalado en una entrevista recientemente que “Una pandemia es una enfermedad de la globalización, no se puede pensar en enfrentarla sin un esfuerzo global”[1]. Más allá de la convocatoria que hace Giordano, es vital e imprescindible pensar en otro mundo distinto. Cuando pase la pandemia, cuando ya no exista el virus, no podemos seguir siendo los mismos, los indiferentes, los insolidarios, los apáticos, los individuales.
Es en el universo de las palabras políticas, donde más se distancian significados de significantes. Los significantes tienen una potencia locutiva muy grande, pero tienen una significación precaria, excesivamente evocativa, episódica; no dicen la realidad, no la nombran; a lo sumo la referencian. No hay ningún presidente que haya pasado por la ONU y no haya enarbolado en su discurso palabras como solidaridad, justicia, paz, libertad. Actos enunciativos que forman parte de una ritualidad discursiva. Bush hablaba de paz y libertad, lo propio hace Maduro, de hecho, es el “Presidente de la Paz”, así lo denominan los aparatos estatales y mediáticos. Pasa que ciertas palabras no significan lo que dicen significar. Obedecen al orden del diccionario, de la evocación, del enunciado. Coronavirus, por el contrario, dice (ahora mismo) lo que quiere decir; es un signo lingüístico por excelencia: significado y significante están estrechamente ligados, no se disocian; dan cuenta de una misma realidad enunciativa. Son, como diría Saussure, las dos caras de una misma moneda.
Ojalá este trauma mundial dé paso a palabras como solidaridad, amor, respeto, tolerancia, amistad, libertad, humanidad… Que las palabras adquieran un sentido pragmático-material. Que decir solidaridad, sea ser solidario. Que decir paz, sea ser pacífico. Qué decir amor, sea ser amoroso. Que decir humanidad, sea ser humano y sensible. Hay palabras que no inauguran nada; la realidad no existe sólo con nombrarla; existe en su verificación, pensada o actuada. Las palabras arriba mencionadas deben perder, de una buena vez, su carácter “opaco”, de “trampa del sentido”; deben decir exactamente lo que dicen pero a un nivel praxiológico, humanamente verídico. Lo demás, son los discursos de Bush o Maduro en la palestra de la ONU; el eterno juego de las palabras como utillaje para el engaño y la simulación. Que el trauma abra un espacio para la reflexión creativa, para el ocio productivo. Me gusta pensar en la imagen de volver a la cueva, al silencio de la casa y repensarnos en la intimidad. Reflexionar sobre nuestro lugar en el mundo y, sobre todo, la relación con los otros; tan disímiles: tan bajos o tan altos, tan ojos claros o tan ojos rasgados, tan simpáticos o tan prosaicos, tan arrogantes o tan humildes, tan gordos o tan saludables, tan hipócritas o tan inteligentes… tan humanos. No tengo mayores esperanzas sino en mí mismo, en mi entorno; esa es la verdad cruel de todo esto. Sólo puedo conmigo mismo y con lo que puedo afectar. Trataré de hacerlo bien, me lo prometo.
[1] Entrevista a Paolo Giordano. Disponible en: https://elcultural.com/paolo-giordano-seria-un-fracaso-no-aprovechar-el-coronavirus-para-mejorar-la-sociedad.