Por Liliana Fassi

Liliana Fassi reside en Villa María (Córdoba, Argentina). Es Licenciada en Psicopedagogía, graduada en la Universidad Nacional de Río Cuarto en Córdoba. En la actualidad su obra trasciende la temática migratoria para abordar un abanico de asuntos relacionados con la condición humana. Ha publicado tres libros que recrean, entre entrevistas y ficciones, la historia de la población migrante en Argentina a finales del siglo XIX y principios del XX. Liliana ha participado en antologías de cuentos y relatos editadas por Instituciones Culturales de Argentina y Uruguay. Sus obras son publicadas en revistas digitales de Argentina, Guatemala, México, Colombia, Ecuador, Holanda, España, Estados Unidos y Canadá. Es, además, correctora de textos y prologuista de libros de autores de su ciudad y de la provincia de Buenos Aires. Brinda conferencias y talleres destinados a niños, adolescentes y adultos en torno al tema de la inmigración en Argentina.

Estoy segura de que los puse acá. La última vez compré tres o cuatro de más por si volvía a pasar lo mismo. Sé que los puse en una caja por acá. Lo que pasa es que a la piecita del patio viene a parar cualquier cosa, lo dejan como les queda más cómodo y cierran la puerta.

Te molesta mucho el desorden, Mabel, ¿no es verdad? Y además tienes miedo de lastimarte. No tienes tantos años, pero ya no eres ágil como antes… y ahora se te ha sumado otra cosa…

Ni bien entré, tropecé con las bicicletas de los chicos. Está bien que las guarden acá para que estén al reparo, pero en vez de dejarlas en el paso las podrían poner en un costado. No les costaría nada.

Cuando miras a tu alrededor, Mabel, te sientes desanimada. Ves pilas de cajas; grandes, medianas, chicas; te parece que se han reproducido desde la última vez que viniste…

¡No se puede creer! El canasto para la ropa sucia, que se rompió hace meses; esa silla con el agujero en el tapizado, que nunca lo hicimos arreglar; el perchero de caño que ya no combinaba con nada cuando Lucrecia cambió los muebles y compró uno de madera… esta chica no tira nada a la basura, no puede con su genio…

Mabel, sé sincera. ¿Tú tiras lo que ya no usas? ¿No es que piensas que se puede guardar por si alguna vez llegara a ser necesario?

Me tendré que poner cómoda y resignarme a pasar acá un buen rato. Quique tendrá que tener paciencia. Lo que uno busca nunca está en el primer lugar, así que voy a tener que vaciar caja por caja hasta encontrarlos. Y si se impacienta, ¡que venga y los busque él!

Lo primero que percibiste al abrir la caja fue el olor a moho. Ese olor que te desagrada tanto y que se hace más fuerte a medida que vas sacando lo que hay adentro. De algunas cosas ya no te acuerdas… otras te traen recuerdos felices, ¿no es cierto, Mabel?, como esa cajita musical que tienes en las manos…

Ese día, Mabel cumplía 15 años y estaba a la expectativa: la fiesta, el vestido, los amigos, los regalos…

Su madre la había despertado muy temprano para entregarle el primer obsequio: un paquete envuelto con papel metalizado.

Cuando lo abrió, encontró una cajita musical con forma de piano de cola. Al darle cuerda y abrirla, una bailarina empezó a girar al compás de “Para Elisa”.

— Mamá, ¿Cómo sabías que quería esto?

—¡Hija, te escuché tantas veces!

—Hoy va a ser el día más feliz de mi vida.

—¡Claro que sí! –dijo su madre-. Hay varias sorpresas preparadas para vos.

—¿Cuáles?, ¡Quiero saber! Ahora no me vas a dejar con la intriga…

—Hija, si te lo dijera ya no serían sorpresas.

No puedo acordarme cómo fue que se le rompió la cuerda y la pobre bailarina quedó ahí, con una pierna levantada para siempre. Y guardé la cajita, por más que nadie la podía arreglar.

¿Y en esta bolsa? Sí, los juegos de mesa que eran de Lucrecia. A todos les falta alguna pieza, esta chica era especialista en romper y perder sus juguetes. Al ajedrez le falta un alfil; el juego de la Oca perdió los dados y el cubilete, pero los dibujos son tan lindos que me dio pena tirarlo. ¿O este juego era mío y después lo heredó ella?

Te estabas divirtiendo, ¿verdad?, hasta que encontraste ese espejo con mango y un peine haciendo juego. Eran blancos, con una filigrana dorada. Te parecen bonitos, pero al tocarlos, sientes un fuerte dolor en el pecho y un principio de náuseas.

¿De dónde salió esto?¡Esto no es mío! ¿O sí? ¡No! Seguramente era de Lucrecia… ¿Por qué siento esta angustia al verlo…?

No recuerdas, Mabel… ¡cuántas cosas se te olvidaron y se te siguen olvidando! ¿Por qué no puedes recordar ese juego?

—Mamá, mirá el regalo que me hizo la abuela para Navidad –dijo Mabel-. Un espejito y un peine que hace juego.

—Hija, ese regalo es de Papá Noel.

—¡Mamá, ya tengo ocho años y sé que Papá Noel no existe!

Se sintió una verdadera princesa al verse reflejada en el espejo; sin embargo, no se alegró tanto cuando tuvo que desenredar varios nudos en su pelo.

Al día siguiente, apenas despertó buscó el espejo, pero en ese momento oyó el llanto de su madre desde la cocina.  

Imagen: María Cristina Fassi Goy. Nació en 1955, en La Palestina (Córdoba, Argentina). Profesora de Francés y de Lengua Castellana, con experiencia docente a nivel secundario de 40 años. Ya jubilada, durante el 2021 (año de pandemia) incursionó en el mundo del dibujo y la pintura. Sus primeras clases fueron virtuales.

—Mamá, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás llorando?

Su padre la abrazó y le dijo con voz triste:

—Hija, la abuela murió esta madrugada.

—¡Son mentiras! ¡Si anoche estuvimos juntas y me trajo este regalo tan lindo!

Después de eso, ya no volviste a mirar tu reflejo. Y entre tantas cosas que se fugaron de tu memoria, se encuentra esa Navidad.

Ya pasó más de una hora y no aparece lo que busco. Seguro que Quique ya está protestando, pero voy encontrando todo esto que ya ni sabía que estaba. ¿Qué era lo que venía a buscar? Bueno, cuando lo vea me voy a dar cuenta…

¡Listo con esta caja! Vamos a ver qué hay en esta otra. ¡Ajá! ¡El ovillo de hilo lonero! ¡Si lo habré buscado cuando hice el matambre arrollado! Al final, tuve que ponerle unos palillos y hervirlo envuelto en un repasador. Hasta yo tengo que reconocer que le quedó un gusto a trapo bastante feo, pero tampoco era para que Quique dijera que no tenía hambre y no almorzara, ¿qué ejemplo les daba a los chicos? Así, yo no iba a lograr nunca que comieran variado, les entraba por un oído y les salía por el otro lo que yo decía…. me parece ver las caras de asco de los chicos apenas lo probaron… pero ahora que lo pienso bien, ese no fue Quique. Entonces, ¿habrá sido cuando ya me había venido a vivir con Lucrecia? ¿Y este álbum de fotos? Lo empecé a armar cuando era soltera. ¡Los años que hace! Todavía con Quique no éramos novios. Fue antes de conocernos…

—Mirá, Mabel –dijo Estela ese domingo-. El fotógrafo está en la plaza. ¿Qué te parece si nos sacamos una foto las dos juntas? Así siempre nos vamos a acordar de que somos las mejores amigas.

—Tenemos que pedirle que nos haga dos copias, así tenemos una cada una.

Me tiemblan las manos al ver esta foto. Un tiempo después de eso, nos peleamos y nos perdimos de vista… fue cuando conocimos a Quique. Habíamos tenido una amistad tan linda…

Sí, te acuerdas de eso. Desde ese momento, tú y Estela no volvieron a verse. Ni siquiera sabes qué fue de ella. No sabes si aún vive. Por lo general no piensas en tu vieja amiga, pero en tus días buenos te suelen llegar imágenes, olores, voces y ella vuelve…

¿Y este alhajero forrado con terciopelo que está más abajo? Me acuerdo que acá estaba el primer reloj que me compró mamá. Sí, acá está, y también la medalla de plata con la imagen de la Virgen, que le regalé a Lucrecia cuando tomó la Primera Comunión… estos caracoles los juntamos con Quique cuando fuimos a la playa en el viaje de bodas… le voy a preguntar si se acuerda, aunque los hombres no les llevan el apunte a estas cosas, pero él tuvo siempre una memoria asombrosa… seguramente me va a decir que tire estas porquerías…ellos no son tan sensibles como nosotras…

Bueno, ¡basta de perder tiempo! ¡Me imagino lo que debe estar diciendo! Es raro que no haya venido a ver qué me pasa que demoro tanto. Va a ser mejor que me cambie de ropa, me arregle un poco el pelo y vaya a comprar otros. Y de paso aprovecho y meto todos estos cachivaches en una bolsa y los tiro a la basura.

En ese momento, su hija apareció en el umbral.

—¡Mamá! ¿Qué hiciste?

Su madre estaba arrodillada en el piso, rodeada de cajas abiertas con el contenido desparramado a su alrededor.

—Mamá…

—Hija, tu padre necesita un enchufe para cambiarle a su velador. Yo estoy segura de que había comprado varios y los puse acá, pero no los puedo encontrar. Tu papá debe estar más que impaciente… Con todo esto que encontré, demoré no sé cuánto tiempo. Ahora me arreglo un poco, voy a buscar otro enchufe ¡y listo! Aunque en una de esas quiere ir él…

—¡Mamá! ¿Qué estás diciendo? ¡Papá murió hace dieciocho años!

                                                                                                     Autora: Liliana Fassi
Editora: Mariana Moreno

Artículo anteriorHermanastro
Artículo siguienteSummertime
Mariana Moreno (Quito, 1994). Mi vida: una tragicomedia, nada más allá de lo circunstancial. Frágil como un cristal; peculiar, marginal y accidental. Mi oficio: dibujante de utopías, traficante de letras, lectora de sueños, amante de la vida. Mi cuerpo: una piel intérprete de realidades, dos retinas tejedoras de textos, doscientos seis huesos anclados a los desbordes de una existencia nómada y otros vicios implacables de esta vida.

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here