“La fe no es apta para desarrollar el contenido”.

Hegel

La política es una incomodidad total, de verdad; un hastío incesante para quien se asume político, pues es un «no estar de acuerdo» con esa otra parte de la política (que es la menos política, valga acotar) que tiene que ver con el partidismo y la militancia pétrea y/o unimodal. Los venezolanos ya sabemos bastante de eso, lo vivimos en carne propia, no nos lo contaron. Desde allí, desde ciertos posicionamientos y militancias (al modo «todo o nada», pétrea, unimodal), poco o casi nada se puede ver. La actitud interpeladora e indagadora de la política, al perderse, clausura el acto político y da paso a las “Fe”; no hay preguntas, siempre respuestas,  “deber ser”, preceptiva, correcto o incorrecto; luego de ello, adviene la negación de lo distinto, aun hablando desde lo distinto, desde lo otro: la diferencia.

Es interesante ver cómo aún en el combate a lo reaccionario, los anti reaccionarios más conspicuos y militantes terminan por sucumbir a la tentación clasificatoria, nominalista y reductora del otro siempre distinto. Hay en toda esta doctrina un cierto halo de pureza que le permite a los anti reaccionarios ubicar quiénes son los pares y quiénes los no pares; aquellos distintos que, aun compartiendo ideas y causas, se corren del discurso oficial del anti reaccionismo; como si hubiese palabras exactas para describir y asumir ideas y causas. Hay militancias así: dogmatizan teorías, las petrifican, las deifican, las incorporan y las asumen como forma de vida. Ideologizan la teoría, como si las teorías fuesen una Verdad en sí misma y no una lectura, entre muchas, que explica el mundo desde ciertos posicionamientos; en ese particular sentido, la teoría es anti ideológica, por más sistema de ideas que tenga quien la postula. Llama la atención, por ejemplo, esa negación ramplona de cualquier instancia dialéctica mínima; eso sí, algunos se tatúan a Marx.

Decir soy liberal, feminista de izquierda, feminista de derecha, anarco capitalista, neoliberal, socialdemócrata, socialista, comunista, entre otros; nada de ello debe ser asumido como un acto de fe y menos de subordinación del pensamiento a la lógica externa de algún aparato; cuando eso sucede así, en la forma que impacta las profundidades del ser y se incrusta hasta en los resortes emocionales más íntimos; hay que prepararse porque tarde o temprano viene la corrección, la sanción…la moralización. Pueda que eso tenga sentido en el mundo de las religiones, no lo sé. Pero en el mundo de las imperfecciones (para eso está la política según Arendt en La condición humana) la vida tiene matices, claroscuros, vaivenes. Las posiciones totales y totalizantes, impiden la emergencia de la política como posibilidad. La unanimidad ideológica, esa enfermedad que tanto denunciara Marx, es ahora la patente de corso de ciertos progresismos amnésicos que ahora sí reivindica la ideología. En definitiva, hay una parte del “cuento” que no me contaron. ¿En qué momento dejó de ser la ideología una falsa consciencia? ¿Cuándo se decidió que ahora la ideología sí es “buena onda” y que actuamos conforme a ella?

No es así. Somos sujetos de ideas, de razones, de emociones. Cuando la ideología, sobre todo en política, aparece en la escena, cuando inficiona a las sociedades, entonces las histerias se desatan; las correcciones y las normatividades adquieren el valor de una moral, cristalizan en los gestos y los discursos. Ese sujeto militante-feligrés de algún credo ideológico termina  despersonalizándose; la heteronomía es lo suyo, su condición de alma hablante se desdibuja y sólo es un amago pseudo racional, un gesto inútil a la política y muy útil al despojo, la descalificación y, finalmente, a la reacción, aun blandiendo las banderas de la anti reacción. Es, como el buen feligrés, un sufriente. Se enterará que, tarde o temprano, “Dios murió”. Esas pobres personas que van por la vida buscando grupos y credos, asociaciones que le otorguen algún sentido a sus vidas, a sus pequeñeces y prejuicios; un dogma al cual adherir. “Mi mundo por un dogma”, por un deber ser que defender. En eso, como en muchas otras cosas, Marx tenía toda la razón.

[1]Un aspecto peligroso de las ideologías es que no sólo deforman la realidad, sino también que tratan de hacerla casar con ellas a la fuerza. Otro de esos aspectos peligrosos es que procuren presentarse como explicación definitiva sobre el mundo. El hombre es un ser condicionado que no tiene la capacidad suficiente como para responder de modo definitivo y eficaz a todas las preguntas que es capaz de formularse. Por lo tanto, cuando una ideología es ofrecida como explicación definitiva, por muy fidedigna que parezca, tendrá el componente de falsedad que conlleva esa pretensión totalizadora. (Bueno, 2007: 46-47).

En su afán de futuros promisorios, se olvida de interpelar e interpretar el presente. No observa, por ejemplo, que en Bolivia, a Evo Morales no le tocó de otra que volver a hacer un llamado a elecciones. Entre tanto, en Venezuela el presidente Nicolás Maduro apoyó el reciente proceso electoral en Bolivia, de hecho, felicitó a Morales y señaló que fue una “¡victoria impecable!”; al parecer no fue tan “impecable” después de todo, el propio presidente Morales ha dicho en alocución al pueblo boliviano que «He decidido renovar la totalidad de vocales del Tribunal Supremo Electoral y convocar a nuevas elecciones que mediante el voto permita al pueblo boliviano elegir a sus autoridades». ¿Qué dirán los eufóricos militantes que celebraban la “impecable” victoria de Morales? Quedaron sin habla. Evo mismo los deshabilitó: renunció. Les tocará esperar la línea discursiva; expropiados de habla (y de dedos para el teclado), esperan en un silencio también militante, acatador.

Allí están, desconcertadas y rabiosas, las militancias pétreas-todo o nada; no pueden aceptar que Rita Segato, intelectual de izquierda y feminista militante, se corra del coro oficial que dice por los cuatro vientos: ¡Golpe de Estado en Bolivia! Su posición, corrida del coro como hemos señalado, bastó para que a la profesora Segato la “crucificaran” en las redes. Segato señaló: “Él incurrió en acciones a lo largo del tiempo que le causaron un quiebre de la credibilidad y luego un quiebre de la gobernabilidad. Para mí no ha sido la víctima de un golpe, sino la víctima del descrédito general en que se encontró en razón de varias de sus acciones”.  Sus argumentos, compartidos o no, parecen que no pueden ser distintos, tienen que formar parte de una uniformidad discursivo-oficial que dictamina qué es lo que hay que decir: es ¡golpe de Estado y punto!, quien no parta de allí, desde ese posicionamiento discursivo, será tenido como sospechoso, trosko o de intelectualoide. Se invisibiliza, por ejemplo, que buena parte del pueblo boliviano (no Luis Fernando Camacho y sus exiguos seguidores derechosos) estaba enardecido con Morales por las “anomalías” del proceso electoral del 20 de octubre; y que esa crispación devino en protesta popular, no de Camacho y sus pequeñas hordas, sino de un pueblo que también se expresó, firme y decididamente, contra Morales.

“Él incurrió en acciones a lo largo del tiempo que le causaron un quiebre de la credibilidad y luego un quiebre de la gobernabilidad. Para mí no ha sido la víctima de un golpe, sino la víctima del descrédito general en que se encontró en razón de varias de sus acciones” Rita Segato, sobre Evo Morales.

Al presidente Morales no lo iba a sacar Camacho solo con sus tres o cuatro seguidores; pero al parecer, algunos quieren dejar rebotando esa idea por allí, dejando de lado que buena parte significativa del pueblo salió a repudiar a Evo Morales. Lo que queda claro es que también hay rebeliones populares en contra de gobiernos de izquierda. En Venezuela, por ejemplo, las protestas masivas en contra de Maduro no son de sectores pudientes; de hecho, en su gran mayoría, provienen de sectores humildes, de obreros, enfermeras, trabajadores públicos; no de oligarquías racistas, como se ha señalado por algunos “desmemoriados” y deliberadamente tendenciosos análisis de sectores de izquierda, en un claro irrespeto a la insurgencia popular.

¿Podía seguir Evo Morales al frente de la presidencia de Bolivia  luego de cometer fraude electoral? Hay que recordar que el 21 F de 2016, el presidente Morales había desconocido la voluntad popular en el Referéndum Constitucional que el mismo Presidente había convocado para modificar el artículo 168 de la Constitución: “El periodo de mandato de la Presidenta o del Presidente y de la Vicepresidenta o del Vicepresidente del Estado es de cinco años, y pueden ser reelectas o reelectos de manera continua por una sola vez”. El pueblo dijo que no a esa pretensión de modificación; lo dijo el 51% de los votantes bolivianos; votantes que, seguramente, no son todos oligarcas y racistas.


[1]
Ver Bueno, N. (2007). Crítica de la ideología en Marx. Eikasia. Revista de Filosofía, año III, 13 (septiembre 2007). http://www.revistadefilosofia.org.

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