Bajo el sol de mis rutinas, el calor de la grada y el suelo
Mis pies deslizan suave el pavimento, a la vuelta del lugar que tanto espera.
Me he percatado de una presencia, en el lado derecho de mi costilla un pequeño monstruo se cobija, sus pequeños colmillos bañados de sangre escarchada. Lo miro.
Parecería aterciopelada y hasta tierna su presencia, pero inicia el ciclo del dolor abrumante.
¿Desde cuándo está ahí comiendo de mi carne?
Surgen mis preguntas mientras lo escondo con la mochila, para que los caminantes no lo vean. Le sonrío e iniciamos nuestros primeros intercambios.
Le sonrío e iniciamos nuestros primeros intercambios.
Mantengamos el paso, mientras nos vamos conociendo.
Le he repetido mi nombre por varias ocasiones, deletreo completito.
Memoriza mis letras para que no me olvides le digo, pues si ya está aquí es lo mínimo que merecemos.
En lo relativo del reloj empezamos a conocernos, dejo a un lado la timidez.
Le he contado que mantiene mis alas grises, y la mano en la pena. No pude dejar de “secretearle” mis más íntimos placeres. El monstruo me mira fijo, y una sonrisa sardónica le brota de extremo a extremo de lo que supongo es un rostro peludo. Es una complicidad, el ya sabía lo que yo anticipadamente le conté, es más, tenemos en común las afinidades.
Disfrutamos del olor amargo del geranio, nos encanta meternos en lugares oscuros, colocar figuras con el humo del cigarro y volvernos ácidos con las mandarinas.
De pronto, le ha cambiado el gesto, en sus ojitos se refleja una malicia deliciosa.
Me ha hecho recordar las cicatrices, las madrugadas que se me volvieron ásperas y las lenguas sucias que han lamido mi cara.
El estupor en la ventana, y el rastro que queda cuando al disimulo paso mis dedos removiendo los vapores de eso que ha calado.
Continuamos el camino, falta algunas cuadras para llegar a casa.
Le he dicho que me duele el mundo, y casi todo lo que traiga duelo
Su pérdida, la mía, y el cadáver que se enterró por misterio. Las puñaladas de los estigmas y el espejo que sujeta mi mano. Ese jean que vive recordando la silueta de un cuerpo y el alarido de las viejas locas que odian mis dedos.
Cambio de tema, me pide que le cuente, ¿Qué te hizo él?
Empiezo con una risa, y la añoranza me golpea el vientre.
Una red de agua salada rotula mis mejillas, reconocen el camino como si nunca hubieren dejado de verter. Respondo:
-No fue él, fue su lanza que a contra luz alcanzó mi huída.
Seguimos, y su presencia en mi costilla se hace conocida. Empezamos a creernos viejos amigos, de los que nunca se han separado, y han crecido juntos, recogiendo las piedritas de los ríos.
A mitad de nuestro recorrido, el cielo se nos opaca, y un frío recorre desde los talones, sube por las piernas, para quedarse en la costilla y cubrir al monstruo.
Nos asusta, lo acepto.
Mis pasos se duplican, junto a mi alguien más. Hago intentos por reconocer qué ser me ha alcanzado. ¡Es una sombra!.
Una sombra sin reconocimiento que me sopla al oído.
Ahora somos tres, mi monstruo en la costilla, y aquella cosa que en realidad no se como definir.
El monstruo se cobija entre la carne y el hueso , se esconde aterrado. No vuelvo a ver su pequeña presencia.
Ahora somos dos. Ella y yo.
Recuerdo que alguien me dijo que cuando uno siente miedo debe recurrir a trampas mentales, memorias felices y golosinas en la boca.
Imagino escenarios más dulces, como el camino hasta la raíz, el bosque que alerta un «casi llego a mi lugar favorito». Adopto esa estrategia para que el miedo no roa mis pies.
Parece funcionar poco, ella crece, empieza a envolverme.
Pone en mi cabeza como un hechizo todo eso que perturba mis mares
Y en mis manos un bolso, amplio y de olores que revuelven las entrañas.
Creo que quiere que hurgue dentro, hacia adentro mis dedos cortos
Encuentro un reloj, el espejo del que hablé antes, ese labial que odio que torne de otro color mis labios.
Incita a mis imaginaciones, mírate, ponte, y yo lo hago como buena emisaria
Y me han cambiado los paisajes de pronto, las cosas se me vuelven
vivibles como si mis ojos se limitaran tan solo a mi propia imagen reflejándose.
Ya no me duele nada, ni la costilla, ni el camino, ni mis muertas
No me encuentro inspirada, y el tiempo se condena a una
caminata con llegada oportuna, llena de silencio y vacía de estruendos.
Sin pensarlo, esa sombra me ha dado una calma de buena paga y a pesar de mi temporal ceguera, inicia una risa desafinada en mi oído.
Es ella, que se ríe de mi, como logrando un objetivo. Ahora gigantesca me abraza por todos los costados.
Desde mi garganta pide a gritos salir. Una lucha de fuerzas.
Desvanezco el cuerpo y lo consigo.
De frente una con la otra, nos miramos, despiertan mis irreverencias.
Le saco el pecho, y la enfrento. Me toma de las manos, y con sincronía empieza una danza,cada una busca la victoria de quedarse cerca.Sin fuerzas invito una tregua, como la conspiración de la convivencia
Le digo:
-Toma asiento conmigo, un acuerdo nos espera en la esquina
Continúan los pasos, ahora son más lentos.
Desde el piso juntas elevamos los tobillos,para saltar entre las terrazas, los tejados parecen nuestro juego.
Mientras dura el resto del camino, siento que de a poco me retira los espinos de la espalda. Divide para dos las piedras azules que cargo y del bolsillo saca una pluma, me la sopla hasta las manos. Toco su ofrenda con el reconocimiento de lo que nunca se volverá a dejar.
Ahora reímos juntas, bajo la difícil comprensión de quien ha peleado con los más profundo de su ser. Le he pedido que se recueste en mis piernas, me veo en la necesidad de sellar este pacto acariciando sus cabellos alborotados de los sinsabores. En ese momento soy yo quien ajusta sus miedos.
Recorro su rostro, lo hago mío, quiero su piel grabada en mis yemas. Reconciliamostodos nuestros atardeceres, una sin la otra.
De pronto, sé que le gusta la forma en la que he guardado mis monstruos permanentes en formol, estáticos ante una espera, y también la forma esporádica con la ellos arriban ,como el que les conté ese que anda escondido en mi costilla.
Hermoso sin medida