El Premio Nacional Eugenio Espejo fue establecido por Decreto Supremo N° 677 del 6 de agosto de 1975 con el propósito de reconocer e incentivar las faenas de los intelectuales ecuatorianos, así como de las entidades culturales más destacadas. Desde entonces al presente se ha consolidado como el mayor galardón nacional en el ámbito de las letras, las artes, y las ciencias. El legado de muchos de quienes lo han recibido, con la perspectiva que dan los años, se ha visto puesto en valor con tal distinción, aunque esta, por lo general, haya llegado en el ocaso de los periplos vitales del común de sus recipiendarios.
Con todo y esa aureola de prestigio, no han faltado en torno al premio disfunciones mayores y unas cuantas con visos de vergüenza: no olvidemos el caso de Enrique Gil Calderón, director de coros que, designado para recibirlo en agosto de 1995, renunció públicamente al mismo en protesta a la torpeza e incuria del presidente Sixto Durán Ballén, que en forma expedita otorgó personalmente la Carta de Ciudadanía ecuatoriana a un futbolista argentino, como quien dobla el lomo ante una orden del dirigente Isidro Romero, postergando en cambio por más de siete meses la entrega del Premio Eugenio Espejo, dejando en claro que se limpiaba el culo con la cultura.
No menos vergonzoso para el Estado ecuatoriano ha sido el no haberse llegado a entregar el premio a Hernán Rodríguez Castelo, aunque en los hechos tal exclusión haya resultado por demás elogiosa para la circunstancia de este hombre de letras, que prefirió mantenerse al margen del mismo y mostrarse crítico con gobiernos tan nefandos, nefastos y nefarios como el de Rafael Correa Delgado, que granjeárselo mostrando una actitud colaboracionista, como en cambio aconteció, por ejemplo, con Benjamín Carrión, figura destacada y prominente si se quiere, pero colaboracionista con votos renovados régimen a régimen, algo así como la catarnica que Ecuador mandó de embajadora a Qatar.
Ahora bien, ¿qué relación tiene la entrega del Premio Eugenio Espejo con las jubilaciones anticipadas? Mucha, y no menos vergonzosa, que si las jubilaciones anticipadas por presunta invalidez se han disparado en tiempos de pandemia, no ha dejado de pasar otro tanto con las postulaciones al premio, como dejando entrever que entre candidatos, asistidos por altos méritos muchos de ellos, pululan los que creen que su otorgamiento se realiza mediante sorteo o unas cuantas insignificancias y medianías que pretenden ver resarcidos sus fracasos existenciales prevalidos de que cualquier zarandaja equivale a 25 o más años “de brillante trayectoria” y que, al no llegar a recibirlo, como seguramente va a suceder, al rato canalizarán su resentimiento engrosando las filas de “los eternos marginados del Premio Eugenio Espejo”.