Dejando atrás años de anécdotas y anecdotazos, píldoras de evocación no siempre ancladas a un contexto de veracidad, la historia del teatro León entra en una nueva etapa con la culminación de sus obras de recuperación, obras que en más de un aspecto han demandado el acometimiento de imaginativos procesos de reingeniería, no solo para una acertada puesta en valor de aquellos vestigios recuperables sino para adecuar nuevos espacios en consonancia con los requerimientos logísticos de los artistas y agrupaciones, las sorprendentes bondades de la tecnología, y procedimientos constructivos de notable complejidad.
Las densas circunstancias sanitarias reinantes, no obstante, han dificultado la concreción de los trabajos en los plazos inicialmente previstos, y seguramente han de retrasar un tanto la esperada apertura del teatro para volver a espectar las manifestaciones del arte y la cultura.
El trabajo que se observa, sin embargo, deja ver la consumación de arduas faenas técnicas y probablemente también administrativas si se tiene en cuenta los no siempre estables costos de los equipamientos instalados, ensambles tecnológicos que por lo general solo suelen estar presentes en auditorios de mayores dimensiones.
Cumplidas las tareas constructivas y reconstructivas, se revela imperativo contar con un modelo administrativo que, por sobre toda otra consideración, anteponga la operación sostenible del complejo escénico y acústico con el concurso de profesionales del ramo; de la misma manera, se impone contar con un reglamento y un plan de acción que, entre otros resultados mesurables a mediano plazo, posibilite la formación y consolidación de públicos para las diferentes clases de funciones a ofrecerse: si en estrategia coordinada con personeros del sector educativo se previera, por ejemplo, un plan de acción que semana a semana y tanda a tanda terminara involucrando a la totalidad de estudiantes primarios y secundarios de la provincia en condición de asistentes rotativos a planificadas jornadas de cine, música, teatro y otras manifestaciones estéticas, de seguro quedaría sembrado un porvenir holgadamente sustentable para el teatro; de la misma manera, si se avanzara en la profesionalización de músicos como los que integran la banda o el ensamble orquestal del municipio, a los fines de que, –en función de un buen desenvolvimiento–, tengan asegurada la retribución y beneficios que les corresponden por su trabajo, se les daría un importante espaldarazo a fin de que las nobles tareas del arte y la cultura no dejen de tener cultores dispuestos a hacer vida en Riobamba y desde Riobamba.
Formulamos nuestros sentidos votos, porque la rehabilitación del teatro León no se quede en las obras físicas que hoy saludamos con serena complacencia; es imperativo, como señalamos, que su futuro inmediato y mediato halle viabilidad procurando que ninguna consideración de carácter político, sectario o personalista se anteponga al profesionalismo imprescindible para que el proyecto global termine siendo exitoso a corto, mediano y largo plazo; mucho ojo, –qué pena tener que decir esto–, con las previsibles intromisiones que en nombre del “arte” o la “cultura” pretendieran hacerse de este renovado espacio sin acreditar la debida competencia; el arte y la cultura de buena ley, qué duda cabe, constituyen las densas resultantes de un proceso histórico, social, económico inclusive, y, por lo mismo, no pueden gestionarse sino desde el más acendrado profesionalismo y la más altruista visión y misión de ciudad. Si hemos de recordar en los mejores términos a quienes se las han jugado, valga la expresión, porque este bregar de casi dos décadas llegue a su término y propicie nuevas instancias para la esfera estética de la urbe, que sea porque en la culminación de esta nueva etapa también supieron tomar las mejores decisiones. Como ciudadanos, nos mantendremos especialmente atentos. Enhorabuena.