Las cortinas permanecen cerradas, oscuras, mi compañera lame sus patitas haciendo su rutina de las mañanas, por el otro lado de la habitación de reojo me mira el espejo incrustado en la pared, posicionando su presencia como un ser habitual y silencioso.
Giro el cuello sin levantarlo de la almohada, miro sobre el velador en dónde están todas las evidencias, cajones abiertos, el plato de alquitrán, una agüita que no alcancé a beber, es decir, mi destrucción autolimitada a 48 horas. La cama me quema las pantorrillas, con un estirón disimulo la inercia para demostrarme que estoy despierta.
No quiero moverme más, no lo intento, supongo que si alguien ajeno me viese, probablemente creería en una muerte prematura, lo pienso y me río, ¿Realmente sería prematura? Pues no, si aplicamos el algoritmo básico de las almas atolondradas y asustadas, solo sería un <<tiempo oportuno>>.
Tal vez, es solo cansancio, amanecer con el sol, viajar mentalmente hasta él, es agotador, aunque para ser sincera en la práctica de esos viajes astrales nunca llego hasta su puerta, siempre que me aborda ese traslado, el ingreso es inhabitable, no avanzo más allá de su esquina y justo ahí me detengo, como observadora permanente de muchas de las historias escondidas ahí dentro.
Últimamente, los domingos se acurrucan en los lamentos posteriores al incendio de los días previos devorando las luces de la calle.
Ayer por ejemplo decidí recurrir a las viejas formas de hacerme mierda, el resultado es fácil de palpar en mis párpados, absurdamente después de hacer una entrega gratuita de llantos ahogados, reclamos a su insensibilidad y feroz resistencia a mis formas inapropiadas de amar. Después, la visita del alivio logró verme dormir, y traerme amanecida hasta el hoy, un domingo final e inicio de mes.
Bueno, me mantengo posicionada en el extremo izquierdo de la cama, un pie por fuera para sentir el viento y aunque ya se me pasó la cuenta de los días, sigo relatando la historia a los extraños que abundan en mi armario.
En busca de respuestas, lo recibido no va más allá de una complacencia, inclusive mimos y alientos para reponerme de las sábanas <<ya es hora>> <<arriba, no se puede seguir así>> y un montón de motivaciones que prefiero ensordecer y confundir con el ruido de la TV basura pasando a esta hora.
Giro hacia la pared (lado derecho de la cama) sin dejar de recordar todas las noches desdoblando cuerpos para recibirme en mis propios aplausos, los miles de argumentos que se le puede dar a una historia que al final no sobrepasa a la ilusión bien elaborada, pues si algo nos consta a todos, es que la imaginación no me falla, especialmente cuando se trata de crear pequeños personajes amantes a mi favor, esos que generan sinergias tales que representan peligrosamente una bomba acariciada por los dedos.
En fin, esta forma de recorrerme en el escenario de mi cama no es extraña, serán unas tres veces que lo he hecho en esta magnitud. Usted que me lee, no crea que es solo una coincidencia, todo tiene una razón, la mía es resolver los secretos de mi cabeza haciendo públicos a los hombres imaginarios que pierdo por temporadas y si bien dicen que muchos de los conflictos se condenan entre almohadas, yo estoy segura que los míos se cobijan tan bien en mi trinchera al punto de conocer con total exactitud la intensidad con la que se puede recaer. Justo ahora, podría asegurar que estoy al borde de su búsqueda, permitirle encontrarme casi por accidente, no sería raro.
Para concluir mi proclama de un domingo sin resistencia debo decir: <<Creo que hoy, nuevamente decidí recurrir a las viejas formas de hacerme mierda>>.