Quisiera creer que en algún reducto del periodismo perviven la “reservas morales” de la sociedad, quisiera creerlo así, pero cada vez me cuesta más hacerlo; pondría mi mano al fuego por los periodistas que obran con ética, con abnegación, con responsabilidad, pero siento que cada vez son menos; como si otra pandemia los hubiera puesto en el mismo tablado en que muchos se han visto envilecidos, desnudados, corrompidos, precarizados…

Indigna observar las tropelías protagonizadas por charlatanes, mercachifles y más vocingleros afines, pero, por lo mismo, se impone denunciar a esos pueblerinos que, con título o sin él, nunca pasaron de oficiosos y aficionados; esos pillastres que se autodefinen como comunicadores y hasta se chantan “doctorados” que no pasan de ser remoquetes ganados al precio de quien se paga una cerdosa autofelicitación en el pasquín de la comarca…, esos voceadores de campanario que destacan y hasta descuellan en la orgía mediática, sí, pero no precisamente por su formación ni por lucir talento alguno, ni siquiera por sus mañas verbales logradas a golpe de combo; nada de eso, es su parroquianidad el carnavalesco atributo que los muestra de cuerpo entero, de frente y de perfil: cortos de miras, yermos de virtudes, mancos de profesionalismo…

Y ahí están, y seguro que por un tiempo ahí seguirán, medrando tercamente a la sombra de sus adefesiosos “proyectos”, viciadas iniciativas que no pasan de ser vitrinas para su patológica egolatría, abyectos escaparates en los que día a día se confirma que veinte y más años de “trayectoria”, unos cuantos viajes, algún premio, o un chulla libraco autoeditado, no les han servido como escalones para ser mejores seres humanos ni para mirar al mundo desde otra perspectiva que no sea la de sus prejuicios, ambiciones, miserias, vanidades, envidias, fracasos, taras, complejos, ardores…

Esas tristes excrecencias del periodismo se encaraman en las bambalinas de las redes sociales, se pavonean ante cámaras y micrófonos, y, hasta que no los boten, hacen el ridículo en todos los tristes tinglados en que se reciclan, lo mismo para tener la osadía de pontificar dándoselas de líderes y celebridades, que en esas mojigangas callejeras en las que pretenden pasar por carismáticos, amigables y graciosos; intentando sorprender con la imitación barata de los proyectos editoriales que no han sido capaces de emular como no sea en escuálida parodia, poniendo su “sello”, eso sí, en las imágenes y contenidos que cotidianamente roban y saquean de repositorios generados por trabajadores honrados…

Tan angurrientos son estos payasos serviles que, con tal de tener “trabajito”, no les avergüenza convertirse en los ahijados del capo, ladrón y delincuente del pueblo; tan fatua es su ignorancia como para creer que todo chiste, mudería o bagazo de su ruin biografía da para hacer noticia; tal es su presunción y megalomanía ¡que hasta se hacen entrevistar por cualquier otro aprendiz de ególatra!; tan grande es su cinismo y su falta de escrúpulos que, alcancía en mano, hasta ofrecen sus parroquianos decorados para “levantar imagen” o para simular homenajes a aldeanos que, con “ganancia compartida”, quisieran pasar por “personajes” sin sospechar, pobres pazguatos, que solo están siendo utilizados para embutir esos tristes sainetes hebdomadarios en que impunemente se le mete el dedo a la fe pública…

Pobre gente; de ese mediocre pelaje son los truchimanes que ejercen el rol de “periodistas”; parroquia y media está consciente de su moral de situación y de sus muérganas granjerías, pero, ni por eso, esos mangajos dejan de darle al autobombo, al autohomenaje, ni de erigirse en adalides de la parroquianidad, ¡llegando incluso a valerse de alcahuetes o incautos que los ayuden a cabildearse condecoraciones que apuntalen su conmovedora vanidad o su raquítica trayectoria!, tan raquítica como para no haber vuelto a dar en el clavo del premio consuelo que, quién sabe si por colusión, error o chiripada, alguna vez cogieron…

Qué vergüenza, qué asco, qué aberración, pero de esta tránsfuga ralea de exhibicionistas anda infestado el periodismo, el peor de los periodismos claro está, ese vil simulacro que apenas sirve de estrepitoso contraejemplo de cómo, –frente a los vertiginosos avances de la teoría, la técnica y la tecnología comunicativa–, no ha dejado de consumarse la más puerca, parroquiana y nauseabunda degradación del periodismo.

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Comunicador Social por la Universidad Central; Magíster en Estudios Latinoamericanos y Doctor en Historia por la Universidad Andina Simón Bolívar, Especialista Universitario en Historia por la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Miembro de la Academia Nacional de Historia. Autor, entre otros libros y trabajos, de Riobamba: Imagen, palabra e historia; Riobamba: Ciudad y representación. Participó en Artes, literatura e historia en la vida y las representaciones del Quijote; Ciudad y Arquitectura Republicana de Ecuador, 1850 – 1950; El ferrocarril de Alfaro; Patrimonio Cultural: memoria local y ciudadanía; La Música ecuatoriana: memoria local-patrimonio global, Italianos en la Arquitectura de Ecuador y otros libros.

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