Por Mariana Moreno

Mariana Moreno (Quito, 1994). Mi vida: una tragicomedia, nada más allá de lo circunstancial. Frágil como un cristal; peculiar, marginal y accidental. Mi oficio: dibujante de utopías, traficante de letras, lectora de sueños, amante de la vida. Mi cuerpo: una piel intérprete de realidades, dos retinas tejedoras de textos, doscientos seis huesos anclados a los desbordes de una existencia nómada y otros vicios implacables de esta vida.

La vida es un relato, un viaje siempre incierto, un itinerario en blanco, una o dos páginas vacías, la búsqueda sedienta del caos y la eterna disputa del sentido. El amor, nunca un acierto, un resbalón en el frío invierno, un silencio a veces contenido y casi siempre un desencuentro. El olvido… no hay olvido, solo un camino progresivo y contrario a las esquinas del cuerpo que se olvida como en las olas de un sueño, bajo la superficie de los párpados. No hay olvido, solo el destierro de unos brazos tras el primer rayo de sol en la mañana y el dolor enterrado en el sordo rebotar de la bofetada sobre el cuerpo; entre dos silencios, el tuyo y el mío; el sosiego y el ocaso tras el breve pestañar de unos ojos grises y ciegos.

—No, no hay olvido, —me repito a mí misma conteniendo el llanto. No hay olvido sin ausencia y la ausencia no es más que un ideal. El cuerpo porta, a lo largo de la vida, identidades y otras categorías que en su momento constituyen requisito indispensable para la supervivencia en los misceláneos contextos de este mundo. Es así que el ser migra en su esencia a través del tiempo, choca con circunstancias varias y subyace en la imaginación y en la lengua, recursos con los que construye, destruye y reconstruye cada una de las identidades que comporta a lo largo de la vida; determinantes, pero pasajeras todas.

No hay olvido, y nunca lo ha habido. En algún punto de ese camino esférico volveré a mirar tus ojos salir del horizonte con su tierno parpadear y guiñarme un gesto que no lograré nunca descifrar. ¿Por qué? Pues porque así es esto, un oasis siempre inalcanzable: un segundo y basta… estoy de vuelta al inicio-fin de esas esquinas de carne que temo tanto tocar y, sin embargo, toco. Esos rincones del alma tan ocultos, como el destino mismo del mundo al final de la historia; como la pesadilla que se repite todas las noches y jamás se recuerda al despertar; como esos rincones del ser custodiados con guardianes de fuego y lenguas de hiel. No, no hay olvido, pero hay muerte, astuta y cruel bruja de fríos y eternos brazos. Creí olvidar tu cuerpo y seguí mi camino. Creí dejar de ver tu silueta colarse en esos renglones, para llegar a mi alma a través de un verso. Olvidé que la tierra no es plana y mi piel despertó una vez más al percibir tu presagio: mi piel temerosa de abrirse al latido, mi carne cansada de aventarse desnuda a la guerra, de enfrentarse siempre a la borradura y de morir cada vez en el intento. Olvidé que esta no es la primera vez que siento que todo está perdido.

Entonces te veo regresar hacia mí por última vez en la vida, luego de continuas y rotundas despedidas. Tu pesada sombra se divisa como un halo de luz en la trillada tangente del círculo y tu rostro de niño susurra con voz de Dante: —Mírate… sigues siendo el mismo desastre que eras cuando nos conocimos. Yo no digo nada, solo detengo mi paso, levanto un cristal del suelo para constatar mi realidad en su reflejo y veo mi rostro asomarse frente a mí: —50 años menos—. Cuando levanto la mirada, tu cuerpo ya no está, ha desaparecido… mas mi boca no puede contenerse; antes de asimilar tu pérdida una vez más para siempre, le digo al aire: —No sé vivir de otra manera…—.

La muerte, nunca un desenlace, solo un paulatino parpadear menguante incrustado apenas en un recuerdo difuso…

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Mariana Moreno (Quito, 1994). Mi vida: una tragicomedia, nada más allá de lo circunstancial. Frágil como un cristal; peculiar, marginal y accidental. Mi oficio: dibujante de utopías, traficante de letras, lectora de sueños, amante de la vida. Mi cuerpo: una piel intérprete de realidades, dos retinas tejedoras de textos, doscientos seis huesos anclados a los desbordes de una existencia nómada y otros vicios implacables de esta vida.

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