Migración y pobreza

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Dicen que para escribir se debe gozar de cierta solvencia. Escribir es un acto político, un mar de disertaciones vinculadas a la realidad social. Sobre esto quiero detenerme, no por moralidad o falsa positividad quiero escribir sobre migración y pobreza, sino porque soy parte de una serie de circunstancias estructurales que me condicionan y anteceden; por supuesto no solo a mí, sino a un montón de personas en situación de movilidad humana.

Llegué a Ecuador hace unos tres años, siento un poco de privilegio sobre las causas del porqué estoy aquí, ya que lo hice para estudiar una maestría en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) Ecuador. En Venezuela me había formado en comunicación y educación. La primera me encausó hacia el pensamiento crítico y la segunda me imbuyó en el arte de la pedagogía de la liberación.

Durante la convocatoria 2016-2018 de FLACSO disfruté de cierta comodidad, tenía una beca con un estipendio justo y pude no salir de mi zona de confort con cierta connotación egoísta. Pero llegar allí no fue fácil, esa fue la consecuencia de lo que yo le llamo: hechos en lucha, es decir, esfuerzos permanentes para lograr alcanzar las metas propuestas. Me vine por Colombia la primera vez, por tierra y así sucesivamente tuve que lidiar con todas las coyunturas del camino que traía en mi maleta de sueños.

Compartí el periodo académico junto a compañeros ecuatorianos extraordinarios, con alguna que otra incomodidad por mi incapacidad de adaptarme en algunas circunstancias, pero con la alegría de la diversidad, la riqueza sociocultural y el disfrute de un ambiente amplio, respetuoso y plural. Tuve un par de compañeras ecuatorianas y una buena amiga cubana, con quién hasta ahora hablo de intimidades una que otra vez. En nuestras conversaciones nos pesa mucho el hecho de ser extranjeras, conseguir un trabajo digno y que nos den la oportunidad de oro que estamos buscando. Es deprimente pero a la vez liberador. Sientes que estás en una terapia compartida de psicoanálisis, donde acabas atravesada por el lenguaje. Al final, nos alentamos diciendo «es que Ecuador está jodido», ¿volver a Venezuela?, ¿volver a Cuba?, ¡qué va! Es una especie de ambivalencia colectiva de la que somos parte.

Es paradójico: ¿cómo obtener condiciones laborales estables en un país donde sus mismos ciudadanos padecen los desafueros de las políticas públicas y las malas decisiones de Estado? El atolladero que vive Ecuador y en efecto, Latinoamérica (en mejores o peores condiciones) es el resultado de la crisis neoliberal vigente y los repliegues del tiempo histórico (ojo que no quiero parecer una comunista frustrada hablando del retorno cíclico de la historia, ni mucho menos una evangélica política).

Pero dejando de lado el drama de que lo personal es político y se juntan, aquí el tema principal es la migración y la pobreza, y lo que pretendo es tejer dudas sobre: ¿qué relación existe entre ambas categorías?, ¿cómo se van formando los imaginarios sociales alrededor de los flujos migratorios? y, ¿puede la vulnerabilidad y la migración responder a condiciones estructurales de pobreza?

Nada fácil para un simple artículo de opinión: responder estas tres preguntas que por complejas ameritan un ejercicio de doxa y episteme.

Uno de los intelectuales franceses más brillantes, el reconocido Pierre Bourdieu en una compilación de ensayos titulada: ¿Qué es un pueblo? junto a otros teóricos y teóricas como Judith Buttler, Alain Badiou, Georges Didi-Huberman, Sadri Khiari y Jacques Ranciére, escribió sobre el significado de «lo popular» en el campo de la economía de las palabras. Esto no puede omitirse al hablar de pobreza, no por la analogía directa que se piensa que tiene, sino por la «agresión simbólica» (página 22) que conlleva el término: pueblo.

Bourdieu, relata cómo estos marcadores lingüísticos dan sentido a la realidad, al ser excluidos de «la lengua legítima» tras una connotación dominante, es decir, la élite discursiva de la que habla Van Dijk y la manera en que se producen los discursos oficiales, dejando de lado los márgenes dónde se crean y recrean.

No pretendo generalizar, ya que con el advenimiento de la modernidad se homogeneizó por mucho tiempo a la gente, pero sí creo conveniente decir que sobre estas marginalidades reposan hoy en día miles de desigualdades que arrastramos las personas migrantes.

Tal como lo dice Bourdieu, se trata de una «red de representación confusa que los sujetos sociales engendran (…) cuya lógica es la razón mítica» (página 26), una clasificación en la que nos meten a todos y todas, un discurso único estandarizado bien sea por el Estado, el mercado o los medios de comunicación. Solo falta que agradezcamos por al menos incluirnos en las agendas públicas.

Los migrantes somos un objeto social de lo dominante, no alcanzamos a ser sujetos de derechos a menos que tengamos una visa y sería idealístico no adherirse a tales convencionalismos sociales. El derecho positivo se encarga que todos «seamos iguales ante la ley» y allí radica el triunfo de la coerción del Estado al estilo sociológico de Durkheim.

Así que, sin posibilidad de resentimiento alguno, lo cierto es que la migración y la pobreza corresponden a dos aristas de una misma magnitud, donde se mira mucho la primera y se evade la segunda, o sea, los Estados son incapaces de tratarlas transversalmente y hablo en plural para evitar cualquier comentario xenofóbico que ya he leído otras veces como: ¡porqué no se van a reclamar a Venezuela! Me gustaría responder: soy pobre señor(a) y de paso, soy migrante. Difícilmente puedo ser escuchada. Aquí no vale el principio de la psicología Gestalt que corresponde al «todo es la suma de sus partes».

En ese sentido, escuchaba yo en estos días una conferencia de TEDx en Español de Mayra Arena titulada: ¿Qué tienen los pobres en la cabeza?, donde en una sobresaliente presentación de quién vivió por muchos años reproduciendo la miseria, se emiten frases como: «los pobres tenemos muchos hijos porque es lo único que podemos tener». Alrededor de esto, si usted carece de pensamiento crítico y solo lee mindfulness o pendejadas de «pensamiento millonario», se le vienen a la mente un sinfín de prejuicios tipificados alrededor de la pobreza. Pero yendo más allá, de acuerdo con el relato de la speaker, ser pobre es vivir en condiciones precarias desde que nacemos, sin ánimo de romantizar y literalmente es: no saber lo que es un sanitario y escasamente poder ir a la escuela.

Estas situaciones de vulnerabilidad, son las que vemos hoy en las calles de Ecuador; venezolanos y especialmente, venezolanas: madres, mujeres, en situación de exclusión social. Precisamente, nuestra condición de mujeres desplazadas, refugiadas y migrantes nos hace vulnerables a las discriminaciones múltiples que no se vigilan, pese a que la Convención Belem Do Para ratificada por Ecuador establece que estas situaciones deben subsanarse aplicando el principio de la interseccionalidad. Esto en lo estructural.

En lo particular, no quiero decir que la postura a adoptar debe ser «una caridad cristiana desmedida», pero con un poco de solidaridad bastaría para que todas las personas que a diario vemos transitar el infortunio de la migración y la pobreza vencieran los obstáculos.

La diferencia entre condiciones básicas y condiciones mínimas son abismales. Las organizaciones y colectivos muy poco o nada se interesan por recabar datos para la intervención social. Están sumamente preocupados por sus «proyectos estructurales» o su «visión parcial de la realidad», esto sin sumarle las múltiples ocupaciones de sus integrantes, la falta de tiempo, la construcción de otro tipo de acciones colectivas ¿y la pobreza? La indiferencia colectiva nos ocupa tanto en un sentido como en el otro. La migración no es problema nuestro, repito ¿y la pobreza?

En el repositorio de la Universidad Nacional de Chimborazo (UNACH) se muestra apenas una investigación de un estudiante de la carrera de ciencias sociales que habla del tema. Jony Torres (2018), llega a la conclusión de que las causas en el proceso migratorio venezolano en Riobamba son: «crisis económica, crisis en la salud, escasez de alimentos y por último la inseguridad» (página 41).

La academia tiene una deuda histórica con ejecutar espacios de formación al respecto, proyectos de investigación e intervención. Es un fenómeno que está a la vista, que necesita ser analizado, pero sobre todo discutido, debatido, desentrañado a partir de datos y cifras concretas. No basta con emitir opiniones vacías de contenido, es indispensable trabajarlo y si es en colectivo, muchísimo mejor.

Si bien, son muchos los espacios desiertos en el desarrollo de ambos tópicos y el hilo argumentativo en la esfera pública va en dirección hacia su tipificación como problema social, los imaginarios simbólicos crecen en función de los discursos mediáticos y estatales. Los medios en uso de su doble dependencia: económica y política, juegan a la lógica del nacionalismo. La misma estrategia utilizada en 2001, cuando el atentado de las TORRES GEMELAS sirvió de unificador de la población estadounidense en contra del terrorismo. La migración y la pobreza parecen ser los actores invisibles de un terrorismo concebido como creencia generalizada.

Los flujos migratorios son un peligro, una amenaza producto del antropoceno social: los seres humanos no contemplan otras formas de vida, tras una intolerancia plausible que destruye los nichos coexistentes y termina haciéndolos inhabitables.

Es así como la vulnerabilidad que trae consigo la migración responde a condiciones estructurales de pobreza. Si hoy usted piensa la migración como un hecho aislado, puede que inconscientemente esté repleto de estigmas sobre la pobreza y muy probablemente sea aparófobo, y ese mal, «estimado lector» viene cargado de otros vestigios asociados como: racismo, xenofobia, patriarcado, entre otros.

Así que la próxima vez que usted quiera reflexionar sobre esto, busque la causa ontológica que lo sostiene. Un estudio reciente sobre la migración venezolana por parte de la Agencia de la ONU para los Refugiados estima que alrededor de 4.296.777 de ciudadanos venezolanos se encuentran alrededor del mundo. Claro está que se necesita de mayores esfuerzos conjuntamente con la cooperación de los Gobiernos para sincerar esta cifra. De estos 4 millones, solo la mitad (unos 2 millones) poseen permisos de residencia y estancia legal.

La Oficina Internacional de Migraciones (OIM) ha hecho un trabajo honorable por atender los casos que llegan a las distintas fronteras de los países hermanos. Basta con ir al Puente de Rumichaca en Tulcán, frontera con Ipiales (Colombia) para observar la migración forzada que traen consigo las personas venezolanas, entendiendo que este hecho social de acuerdo con Turton (2003) citado por el Observatorio de los Derechos de la Niñez y la Adolescencia contiene tres aspectos importantes: «primero la construcción del discurso del ellos para identificar a los migrantes o refugiados, y marcar una clara división entre ellos y nosotros. Segundo, la descontextualización del hecho migratorio al categorizarlo como un acto natural con dinámica propia. Y, finalmente, la tendencia de relacionar al migrante con un enemigo o una amenaza al considerarlo un colectivo homogéneo, despersonalizado y deshumanizado» (página 22-23).

En Ecuador se han otorgado apenas 107 mil regularizaciones a estos ciudadanos en situación de movilidad humana. Colombia, Perú y Chile son los países que más esfuerzos han realizado en este sentido con 600 mil, 410 mil y 326 mil entregas de documentos con estatus migratorios correspondientes.

Lo que sí es preocupante es la cantidad de personas que pertenecen a los grupos vulnerables como niños, adultos mayores, mujeres, comunidad LGBTI, personas trans, entre otros. Hay muy pocas fundaciones u organizaciones especializadas en cada uno de estos estratos.

La OIM levantó información a partir de una Matriz de Seguimiento de Desplazamiento enmarcada dentro del Plan de Acción Regional y el constante monitoreo de flujo de movilidad humana que realizan, pero la realidad parece avasallar los hechos a pura ficción.

Para nadie es un secreto, que la migración contribuye a que la base económica de los países en vilo crezca, pues es mano de obra barata. Los migrantes al llegar al país de destino son considerados «clase baja» y por ningún motivo se les toma en cuenta para una valoración objetiva de su potencial. No quisiera decir que en ningún espacio, pero las exclusiones existen y no discriminan (aunque suene paradójico); algo así como lo que el filósofo estadounidense Ralf Waldo Emerson esgrimió en su famosa frase: «la coherencia insensata es el duende de las mentes pequeñas». La migración adquiere otra característica, es el reflejo de pequeños micromundos que van conformando una red amplia de inequidades.

Finalmente, me gustaría hablar de lo urgente y dejar para después lo importante. La migración no es solo un montón de venezolanos en las calles «dando pena», es un abanico de condiciones de vulnerabilidad, pobreza estructural: línea de pobreza y necesidades básicas insatisfechas, desigualdad, desintegración social y muchísimo más.

Claro que hay venezolanos que emigraron a España, Italia, Francia, Alemania, Estados Unidos y otros países «sofisticados», pero el grueso de ciudadanos pobres, de las clases populares venezolanas está aquí, compartiendo el mismo oxígeno que usted. La crisis venezolana es estructural, tanto como la movilidad humana de mis compatriotas; no adopte narrativas que desconozca, asuma posiciones críticas, investigue, indague, no se deje llevar por el desprecio a la pobreza que reina en la humanidad. Por supuesto que hay venezolanos que no ven con buenos ojos la situación de indigencia en que se encuentra la mayoría de nuestros congéneres aquí en Ecuador, pero también es porque asumimos nuestra realidad desde principios totalizadores de vida y en nuestra posición de sujetos modernos, queremos generalizarlo todo.

No seamos uno más del montón. Veamos personas, no referentes de flagelos generalizados, de violencia y racismo cotidiano., pues como decía Bourdieu: «la inclinación ostensible por el realismo y el cinismo, el rechazo del sentimiento y la sensibilidad (…) esa suerte de deber de dureza para consigo mismo como para con los demás que lleva a las audacias desesperadas del aristocratismo de paria, constituyen modos de definirse en un mundo sin salida, dominado por la miseria y la ley de la selva, la discriminación y la violencia, en el cual la moralidad o la sensibilidad no tienen provecho alguno» (página 33).

Notas

Quiero aprovechar la oportunidad para invitarlos a las Jornadas Académicas del Instituto Eugenio Espejo de la ciudad de Riobamba el próximo martes 27 de agosto a partir de las 16h00, donde presentaré una ponencia sobre las «Paradojas globales y promesas locales frente a representaciones de migrantes venezolanos sobre su proceso de integración en el país«.

Además, quiero agradecer a Natalia Rocha por permitirme ser parte de este maravilloso equipo de trabajo de nuestro medio digital: El Espectador Chimborazo como editora. Este país ha sido generoso conmigo, aunque sé que podríamos mejorarlo y ni hablar del mío.

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