“No estoy enamorado de Marcela, Marcela tiene sus líos, yo los míos, Marcela no suele desmoronarse y gritarlo a los cuatro vientos, para que el mundo se entere cuánto pesa su tristeza, afortunado quién escuche esa alma frágil cuando se desnuda, y no se detiene si quiera a pensar qué habla, Marcela se convirtió en esa dama que inspiraba mis escritos, era ella en quien pensaba cuando leía algo de poesía, esa que cautiva el alma de los muertos, que deambulamos a diario buscando sentido al existir. Marcela, me hacía sentir así.”
Marcela era libre…
Su vestido impregnado a su delgado cuerpo, ella era blanca como el cielo como cuando está indeciso de no pintarse de color. Y su cabello le pertenecía a las ondas de sonido, que los pájaros trinaban en cada amanecer cálido. Marcela, oh dulce Marcela, me llenas de suspiros, eres tú, musa de mi inspiración, es tu brillo el que incita a mi ser desprenderse de sus letras, para entregar, lo más puro que puede ofrecerte hoy mi corazón.
Era tan obstinada, a veces arrogante, se vestía de altivez, mientras que otros días era humilde y desaliñada. Uno no se percataba cuando simplemente ella era, lo que sus pensamientos le dictaban. Marcela era inestable cada día, pero era tan libre y dispuesta a la vida misma que, cada amanecer era algo diferente, algo que encantaba y no empalagaba, era libre de ser quien se le antojaba.
Marcela me otorgó el placer y dicha de conocerla hace seis años atrás, era abril y las nubes no paraban de llorar. Marcela hacía fila para comprar un café en un puesto que se encontraba frente a la calle, no había donde sentarse, era para consumirse de camino a casa o como al cliente se le antojara. La fila estaba por desbordar la vereda, y ella se encontraba delante de mí, ordenando un café descafeinado porque… así era Marcela, no existía tanta ciencia en ella.
De las muchas posibilidades que existen, mi decisión de tomarme un café ese preciso día, me llevó a conocerla, ella se encontraba inquieta y apresurada por su café, sacando sueltos de su bolsillo las monedas cayeron, y ella con su café en la otra mano se sonrojó ante mis ojos posados, sobre cada uno de sus gestos.
Estuve dispuesto a ayudar, la prisa que llevaba me desconcentraba, sujeté un par de monedas y mis dedos hicieron contacto con sus frías manos, se sonrojó y bajó la cabeza sin decir gracias, ese día Marcela estaba apagada, como si algo le pesara. Antes de que se fuera, me arriesgué y pregunté su nombre, me supo decir a voz ligera que su nombre era Marcela y sin darme cuenta, el resto de días después de nuestro encuentro, Marcela era constante en mi vida, su presencia endulzaba los días. Marcela y yo compartimos seis años, se ha vuelto cercana, se ha vuelto mi aliada.
No estoy enamorado de Marcela, Marcela tiene sus líos, yo los míos, Marcela no suele desmoronarse y gritarlo a los cuatro vientos, para que el mundo se entere cuánto pesa su tristeza, afortunado quien escuche esa alma frágil cuando se desnuda, y no se detiene si quiera a pensar qué habla, Marcela se convirtió, en esa dama que inspiraba mis escritos, era ella en quien pensaba cuando leía algo de poesía, esa que cautiva el alma de los muertos, que deambulamos a diario buscando sentido al existir. Marcela, me hacía sentir así.
Marcela y yo compartimos un lazo más cercano, ella no es mi amiga, ella no es mi pareja, ella es más que eso. Más de lo que espero y quiero, más de lo que merezco. Me complementa, me da equilibrio, no siento dependencia, ni apego, mucho menos costumbre.
Marcela no vino para quedarse ni para irse, ella vino a mí en el momento preciso, y se irá cuando no me percate, de que un día la tuve conmigo. Marcela me enseñó qué era “libertad” ¡Marcela era la misma libertad! La libertad que tanto se miente pero que así mismo, tanto se anhela.
Entrego mis versos a ella, a la musa de mis letras, no porque crea que quizás las merezca, porque, de hecho, merece toda la poesía que me niego a escribir por cobardía. Marcela era simplemente, extravagantemente, únicamente, Marcela. Y yo, la amaba por la única razón de su existencia.
Hasta siempre, querida Marcela. He querido plasmarte eterna.
He querido dedicarle mis líneas a Marcela, mí Marcela.
Excelente, me vi reflejado en esas palabras, recordando todo aquello que sin planear me llevaron a la felicidad que ahora vivo, así de inesperado y sin plan alguno un día encontré a mi Diana, aquella que inspira lo bueno y lo malo de mi y de quien siempre recibo su apoyo, su cariño y ternura. Génesis gracias por escribir notas cómo está, continúa seguro hay más personas identificadas con tu arte.