Esta publicación está basada en una experiencia real e íntima, cuya importancia trasciende lo anecdótico y da cuenta de la reproducción sistemática del machismo y otras expresiones de desigualdad de género en el mundo occidental. Es un relato que nos recuerda la opresión que vivimos las mujeres dentro de todos nuestros círculos sociales como un síntoma de la presión social que ejerce sistema patriarcal sobre nuestros cuerpos, geografías de carne marcadas arbitrariamente por las imposiciones de una fórmula binaria que continúa siendo el centro desde el que se disputan todas las relaciones de poder en el sistema en el que vivimos. El modelo dicotómico parte «de un estatuto teórico y epistémico que, al examinarlo como categoría, es capaz de iluminar todos los aspectos de la vida del orden colonial moderno” (Segato, 2014). De modo que la experiencia aquí narrada a nadie le resultará extraña, apuesto a que la mayoría de personas, independientemente de su identidad de género, han presenciado o participado en una situación parecida. Claro que pocas son las veces en las que se decide asumir una postura crítica y hacer algo al respecto, ya sea en ese preciso instante, o ya sea después, como lo hace Carolina Solís con esta producción literaria.
Mariana Moreno
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“Anda a buscar marido”, dijo ella, qué absurdo y ridículo me sobaba. Definitivamente se trataba de una frase retrógrada para el siglo XXI, y lo peor es que no esperaba escuchar de ella -una persona supuestamente liberal- una frase de ese tipo. Francamente eso no me sorprendería si viniera de mi abuela, ¡pero que venga de ella! No entiendo cómo mierda llegó a decir eso. Acaso fue porque estaba viendo Bridgerton, esa serie ambientada en una época en la que las mujeres sí que tienen que buscar marido, es una obligación. Cuando dejó de ver la serie me regañó por haberle preguntado a la Rosa cuál es su tipo de hombre porque eso, supuestamente, es una falta de respeto. Yo le dije que qué tiene de malo preguntarle cómo le gustan y le hice acuerdo que ella es virgen. Me respondió con el discurso al que siempre recurren las mujeres para justificar su soltería en este sistema que valida la existencia de ellas en función de la existencia de un hombre que las “respalda”; dijo que ya qué le va importar eso ahorita, o mejor dicho, a su edad… y que lo único en lo que debe pensar este momento es en sobrevivir. Luego de eso fue que me aventó la tonta frase. Pero bueno, quizás no hubiese sonado del todo mal si en lugar de “marido”, cuyo origen etimológico se remonta al latín «maritus» que significa “machito”, decía novio o enamorado. Quizás ahí sí se lo pasaba, hasta cierto punto. A propósito de esto, ya son algunos años que estoy soltera…
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“¡En todo caso di novio, pero no marido!, le respondí y agregué un “¿Qué te pasa? Además pienso que no se debe buscar”, dije eso porque obviamente pienso que llega solito. Lo que sí me molestó e hizo que me retire enseguida de su cuarto fue que, a continuación, dijo “ya te graduaste, ya te toca buscar”, y en mi mente yo solo pensaba: “¡OMG!”, como si fuera obligación tener pareja luego de graduarme. Yo sé que es en la etapa de la U cuando las familias, en mayor parte, conocen al novio de larga data, con el que en algunos casos las chicas llegan a casarse. Pasa también que les conocen cuando ya están egresadas, haciendo la tesis, próximas a graduarse; como le ocurrió a mi cuñada con mi hermano. Pero de gana pienso en ello, es como si le diera importancia al asunto y no debería preocuparme por esas exigencias absurdas.
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Una vez en mi cuarto, se me ocurrió que quizás lo dijo porque ya no quiere vivir conmigo… y es que claro, ahí sí cabe mencionar esa frase, pues en pocas me estaría diciendo: “búscate a alguien que te mantenga y así dejas de vivir aquí porque con el sueldo que estoy ganando, maldita pandemia, obviamente no me alcanza”. Al día siguiente sí le reclamé por lo que me había dicho, y, claro, me recalcó que no lo hace por mala sino que lo dice por la Rosa, mi tía abuela que es soltera y nunca tuvo hijos. Me dijo: “date cuenta que la Rosa no tiene a nadie”, como si un esposo fuera la única compañía posible para una mujer, y fue entonces cuando le hice caer en cuenta que no es así porque ella está con nosotras, a lo que inmediatamente respondió: “eso es ahora que no está en el asilo, porque sino estaría sola”. Eso sí que es verdad, pero eso, en cambio, no tiene nada que ver. Cierto es que ya mismo cumplo 26, y ahora se supone que la meta es casarse llegando a los 30, como mi cuñada, que se casó con mi hermano cuando ambos tenían 28.
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Unos días después fue el cumpleaños de mi mamá, y dos días antes de su cumpleaños fuimos a almorzar en el Club Tungurahua. Luego de ver a la hija chiquita de un conocido, que es un poco mayor a mi ñaño, mi mamá dijo: “linda la guagua, está bien parecida a la hermana del Pacho”, y lo complementó con: “la hermana tuvo una hija estando soltera, ¿no?”. “Sí”, respondió enseguida mi hermano, “pero no digas muy alto que nos puede escuchar el Mateo”, (el hermano). Lo que dijo enseguida me sorprendió, aunque en el fondo creo que ya no tanto; dijo “yo quisiera que tu hermana haga eso, que tenga un hijo sola”. ¡Cómo va a decir eso, qué tremendo! Una vez más, no puede intervenir en mis decisiones. Obviamente le reclamé. Ese rato mi cuñada se rio y lo empeoró diciendo que no es necesario casarse para tener hijos: “puedes tener sola”, agregó. Mi hermano, indignado, le respondió, desde una postura muy tradicional, que le parecía una barbaridad: “¡cómo le vas a decir que tenga un hijo sola!, y ella le respondió: “¿por qué no?”. Yo estuve de acuerdo.
Lo que opinó mi ñaño sí me pareció muy conservador, sabía que él lo era, pero no me imaginé que en serio pensaba que un niño no puede crecer sin una figura masculina, y hasta que mi mamá esté más al tanto de que eso no es del siglo XXI. Él respondió que no, pero que es por eso que después las personas, al crecer, “tienen problemas”, que es “por no crecer con ambos padres”. Ella recurrió a varios ejemplos para recalcar que existen personas exitosas que no crecieron con ambos padres, que en el mejor de los casos crecieron con uno de ellos o, en otras palabras, que habían crecido exitosamente en familias no necesariamente tradicionales, pero sí funcionales.
Es increíble observar el poder con el que operan las dinámicas opresivas de tinte machista en sociedades como la nuestra. Los imaginarios culturales con los que se produce la realidad en países como Ecuador dejan entrever las verdaderas estructuras, precarias y retrógradas que determinan las condiciones de vida de las mujeres; prácticas culturales que nos oprimen, nos controlan, nos subyugan, nos omiten. Sí, los comentarios en el relato son machistas y conservadores. Está claro que si una madre le insinúa a su hija que ya debe casarse, así como cualquier otra imposición en relación con su cuerpo, no sólo no está siendo empática con su hija, sino que desde esa insensibilidad está asumiendo una postura machista, es decir, una postura que avala la desigualdad de género en función de reforzar y reproducir actitudes, conductas, creencias, prácticas, discursos que perpetúan la supremacía de los hombres sobre las mujeres, justificando así prácticas opresivas. Parece mentira, pero es cierto que existen mujeres machistas, “femichistas”, como se las ha denominado; mujeres que reproducen, a veces incluso más que los mismos hombres, retóricas que refuerzan prácticas machistas y que precarizan sus propias existencias.
Es importante recalcar que pese a los cambios que trajeron consigo las olas feministas en los últimos 50 años (Daros, 2014), no se ha superado del todo la posición tradicional en cuanto a los proyectos de vida de las mujeres, la cual sigue girando entorno a la reproducción, mantenimiento y cuidado del modelo de familia tradicional. La diferencia es quizás la edad en la que ahora adquieren ese compromiso; muchas deciden casarse a los 30, o a partir de esta década. Según William Roberto Daros (2014), el rol familiar sigue siendo el lugar predominante de la mujer, debido a la presión social del sistema patriarcal y a la función que debe ejercer esta en la esfera privada para que el modelo de sistema que nos gobierna continúe siendo sostenible. Durante la tercera ola de feminismo hay un gran cambio de paradigma, las mujeres de las sociedades posmodernas, recientes sujetos de derechos, comienzan a caracterizarse por querer ejercer el dominio de sí mismas, individual y autónomamente; de modo que los códigos culturales, como el que la mujer debe quedar relegada al hogar para ser ama de casa y dadora de cuidado, comienzan a cuestionarse y a perder peso en el imaginario porque constituye una práctica que les impide el gobierno de sí mismas.
Sin embargo, para Lipovetsky (en Daros, 2014), tanto los códigos sociales como las responsabilidades familiares permiten la autoorganización y el poder de un universo propio, la regulación de un mundo cercano emocional y comunicacional. Al final del relato, el hermano de la protagonista menciona que los hijos no pueden crecer sin una figura paterna porque corren el riesgo de convertirse en personas “descarriadas”. Según Diana Montoya (2015), si bien existen evidencias de que los hijos de familias monoparentales se ven psicológicamente afectados por separaciones y consecuentes carencias afectivas, esto no es suficiente para condicionar el futuro de todos esos niños al padecimiento de conflictos emocionales y trastornos. No hay que dejar de lado el factor circunstancial, la serie de elementos que intervienen en el crecimiento de una persona, y que escapan de la injerencia del círculo familiar. Sobran los ejemplos de personas que, a pesar de no haber crecido con ambos padres, logran superarse, tener una vida funcional y muchas veces exitosa. El problema no tiene que ver con la decisión de formar una familia, el problema surge cuando, como en el relato, existe una presión social por parte de terceros para que esto suceda en un tiempo no estipulado por la persona, sino por el imaginario cultural. Ser parte de una familia conservadora es complicado, hay que ceder y someterse muchas veces a estas presiones, pero desprenderse de eso es un proceso y, sobre todo, una lucha. Cada vez somos más las mujeres que nos auto denominamos feministas, que ya no creemos en los cuentos de hadas, en el príncipe azul que nos rescata y nos ofrece un final feliz. Ahora las mujeres somos las que nos rescatamos a nosotras mismas y escribimos nuestra propia historia.
Edición: Mariana Moreno
Referencias:
Daros, William Roberto. «La mujer posmoderna y el machismo». Franciscanum 162, Vol. vi (2014): 107-129.
Montoya Zuluaga, D. M., Castaño Hincapié, N. y Moreno Carmona, N. (enero-junio, 2016). «Enfrentando la ausencia de los padres: recursos psicosociales y construcción de bienestar». Revista Colombiana de Ciencias Sociales, 7(1), pp: 181-200.
Segato, Rita. Colonialidad y patriarcado moderno: expansión del frente estatal, modernización, y la vida de las mujeres. Cali: Editorial Universidad del Cauca, 2014.