La reducción de sueldos de más de 166 mil maestros y maestras fiscales del Ecuador se venía venir en plena época de confinamiento; y, solo faltó un pronunciamiento oficial del Presidente del país para confirmar la rebaja de salarios en un 8,3% mensual. Con el lema, todos debemos “arrimar el hombro”.
Sobre todo, el trabajo docente es uno de los más golpeados por la reducción de sus sueldos, a sabiendas que los profesores realizan actividades académicas y acompañamiento a sus alumnos desde la intimidad de los hogares. Se suma a esta arbitrariedad, el pago de servicio de luz, teléfono, portátil, internet, entre otros; que salen de los bolsillos de los propios docentes.
No se han hecho esperar las expresiones de rechazo en redes sociales, por ejemplo, “reconozcan nuestro trabajo dotándonos de internet y recursos tecnológicos gratuitos”. Con las medidas adoptadas por el Gobierno, se desvaloriza la labor de los maestros, descontándoles de su propio sueldo, que continúa congelado por más de 10 años.
Más aún, se agrava con aquellos docentes que están en el escalafón docente fiscal, por ejemplo, un profesor que empieza en el magisterio se ubica en la categoría G y tiene un sueldo de USD 817. Se resta el aporte al IESS, préstamos adquiridos, arriendo, servicios básicos, salud, entre otros. Además de estos gastos, ahora hay que tener internet fijo y plan de datos en el celular.
Esto implica, también, la preparación de materiales didácticos digitales y enviarlos a través de WhatsApp a los padres de familia. De la misma manera, contactar a estudiantes o padres mediante teléfono fijo o celular, con la finalidad que estén al día con las tareas sus representantes.
Asimismo, los docentes presentan agotamiento físico: por el doble de reuniones entre docentes y autoridades, cumplir con la calificación y retroalimentación de tareas, entregar kits y registrar a los beneficiarios. Se debería valorar el trabajo docente con un salario justo. Los docentes continúan laborando durante la emergencia, con mayor dedicación.