Sobras

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Tengo tiempo, me repito, en el segundo más alto del columpio, cuando más lejos, más felices, cuelgan mis pies del suelo. Tengo tiempo, me vuelvo a repetir, en medio de la colisión de mis zapatos contra el polvo, levantando basuritas, flores muertas al viento. Podría hacerte una trenza y una bandada de pajaritos de papel con el tiempo que me sobra. Aun si muriera mañana, el tiempo está en mi cabeza, cambiando de lugar como las nubes en el cielo.

No aprieto el paso porque, por más que siempre, como un fantasma, me persigue el sabor de que tartamudeo hoy lo que debí decir hace mucho, o debería mejor decir después, o más bien, no decir nunca. Es esta anacronía mía la que me hace correr a destiempo y bailar lejos del ritmo y pintar fuera de la línea y escribir tu nombre en las paredes, aunque no vayas a leerme nunca, solo para saber si existes todavía, si exististe, de verdad, alguna vez. Esta anacronía es mía, la llevo puesta como un abrigo, en la lluvia y en el sol, y no puedo —aunque pudiera— no me la quiero quitar.

            Ando lento, como si nada me apurara, como si no tuviera a todo el mundo a mis espaldas, persiguiéndome con un alfiler y la mano levantada y la intención descarada de levantarme los párpados y reventar el globo que me separa de la tierra. Instigándome a crecer, a dar frutos, dar la cara, a dar algo de una vez, una respuesta, por lo menos. Pierden su tiempo, se ven ridículos haciéndome correr cuando soy yo quien cargo la bomba de tiempo en la mochila.

Siento lento, es esta parsimonia mía, la de ver pasar las nubes como deseos a lo lejos, a una velocidad que no es la mía. Navegando en un azul, en un infinito que tampoco es mío. Tengo tiempo, pero soy mortal. Soy mortal, pero tengo tiempo. No me molesta mi fugacidad, ni la tuya. La eternidad me agobia, no me interesa, y si te digo la verdad, a veces sueño con ser una escritora fugaz para que no alcances a leerme. No es mío el azul del cielo ni su infinidad, pero los deseos sí: los deseos son los mismos, los de amantes y asesinos, y personas que se anhelan con el frenesí tartamudo de quien espera una llamada que no, tampoco es para mí.

Pierdo el tiempo rebobinando una cinta atascada, averiada por el pasado. No tengo prisa, nunca la tuve. Por eso puedo gritar al vacío sin esperar que alguien conteste. Por eso te dejo ver mis cartas, dejo que las leas lentamente, a propósito las pongo en tus narices sobre la mesa hasta que las memorices, porque no me importa perder este juego. Tengo tiempo para perder, sin recato, sin reparo. No planeo defenderme de tu trampa, porque haces trampa, lo sé, siempre lo supe.

Por eso voy dejándole pistas al enemigo, a veces falsas, pero pistas de todos modos. No me preocupa desandar el camino, destejer la tela de araña sobre la que dejo caer mis sueños y hago rebotar mis ideas más livianas, mis pensamientos o como sea que se les pueda llamar a las llamaradas que me encienden la cabeza sin piedad y me electrizan los pelos, así tan de repente, y me consumen como si fuera un fósforo que prende fogatas que no calientan nada.

Tengo todo el tiempo y no tengo ninguno, me sobra tiempo pero, mírame, no tengo nada. Lanzo sobres vacíos al aire, con los signos de interrogación abiertos, de lejos parecen confeti. Ojalá algún día alguien los abra —los sobres— y no los cierre —los interrogantes—, y aun sin cerrarlos, responda. Mientras tanto, tengo tiempo, tengo tanto que me lo gasto todo en golosinas para que me abunde en los bolsillos la sensación de no tener nada. Para sentir en la miseria de los bolsillos huecos la abundancia, el alivio, la dicha de no tener que cargar nada.

Busco, con dedos y torpeza, hasta tropezar con las llaves repicando en los cajones. Pruebo inútil, y desesperadamente todo el llavero, porque llego tarde a donde todavía no hay nadie, llego tarde a un sitio vacío, llego tarde y no lo sabrá nadie, nadie más que yo y, sin embargo, llego tarde. Llego tarde para mí. Llego tarde para siempre.

Mientras escribo esto llego, súbitamente y sin darme cuenta, a la mitad del cuaderno. Cementerio de palabras atropelladas que me dejan muerta, y a las que obligatoria pero placenteramente, he de volver para saborear mejor. Te parecerá escasa la tinta, es porque borro mucho más de lo que escribo, y porque prefiero esta pantalla inerte donde el borrador hace más ruido y borrar es menos triste. Esta facilidad de accidentarme me atravesará siempre, así como la costura atraviesa la página del medio como una herida, hermosa porque se deja ver, porque no disimula nada. Y yo seré la cicatriz y también la página en blanco. Pero no voy a ser nunca más eso que sobra. Eso ya lo decidí.

Me repito, ya sé el final y me repito. Tomo el mismo camino en el laberinto, sabiendo que no iré a ninguna parte. Por el simple gusto de andar y darme mil veces contra la misma pared, golpear la puerta cerrada, mirar la ventana sellada. Sé cómo terminan y me repito los chistes, y no me aburro porque estas sobras y mis errores son abundantes. Me contradigo tanto viviendo a destiempo, alucinando y comiendo a deshora, manipulando el reloj, deshojando el calendario. Por eso escribo invierno aun en pleno verano, en el espejo ahumado que no refleja, con el dedo escribo amor, en la más plena, la más feliz, la más solitaria —y la más poblada— de mis soledades.

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