Una

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Tú eres.  Yo te miro, mientras juego a ser. Te admiro, mientras lo intento. Vivimos en una misma ciudad. Pero en mundos distintos. Porque hay muchos mundos en una misma ciudad. Así como hay muchos seres en una misma persona. Yo, intento ser una. Por lo menos una. Toda la vida lo he intentado. Me he pasado los días esforzándome en ser una. Y me he perdido la dicha, y la locura de ser varias.

He tratado de ser siempre la misma. Y lo he conseguido. Coherente, consecuente, firme. Casi una estatua. Eso es lo que quieren de mí. O al menos, eso es lo que dicen. Que sea una sola cosa. Sin fisuras. Sin conflictos. No quieren que cuente la historia completa —para evitarme la zozobra de la contradicción—, pero sí que siga contando la misma historia de siempre. Que diga solo lo que conviene. Para no mentirme, para no engañarme, para no acabar siendo otra cosa que no he sido hasta hoy. Quieren ver una sola cara de esta figura, amorfa e irregular, que soy. Una, no más. Con una basta. Siempre les bastó. Y a mí también. Hasta hoy.

Dicen que tengo que ser ella. La que siempre fui. Es ella, y solo ella, a quien debo parecerme. Pero hay veces que no quisiera parecerme. Ni a ella, ni a mí. A nadie. Dicen, que si algún día me doy cuenta de que empiezo a ser otra, la que nunca he sido, la que ni siquiera imaginé —o imaginaron ellos— que sería… dicen que si eso sucede, debo, por lo menos, no dejar que ellos —los otros— se den cuenta.

He sido siempre una, siempre la misma. Intentando ser honesta con esa que esperan ver, con esa que algún día —tal vez, ya no recuerdo bien— fui. Me he escondido bajo una piel que no es la mía. Un día quizá lo fue, pero ya no es. Me he vuelto una experta en permanecer. Estática, intacta, fiel. Los mismos secretos, las mismas respuestas, el mismo corazón. Los mismos chistes, pero, sobre todo, la misma seriedad. La misma sonrisa. Tan sensata, tan discreta, tan pequeña, tan… triste. Siempre triste. Por no encontrar la forma de ser algo más. Por no atreverme a ser otra de vez en cuando. Triste de ser la misma triste de siempre.

Yo quiero ser otra-s. Quiero ser algo más. Más de una. Engañarme sin pudor. Pero la terquedad no me deja. La conciencia me reprime. No me deja, la fidelidad absoluta que alguna vez, en ningún altar, me prometí a mí misma. Pero bueno, de mis promesas qué te diré… ¿Quieres saber la última? Creo que ha llegado la hora de serme un poco infiel.  

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