“Y cuando acabes de hablar, por favor, cállate”.
Lewis Carroll,
Alicia en el país de las maravillas.
Hay autores que forman parte del nuevo star system de la izquierda mundial. Paul. B. Preciado es uno de ellos. No conozco su obra. No me interesa leerlo. Como tampoco me interesó leer a Anatole France o Agatha Christie. Pero sí leí su artículo: Aprendiendo del virus (https://elpais.com/elpais/2020/03/27/opinion/1585316952_026489.html), aparecido en el diario español «El País» el 28 de marzo de este año y del cual tengo varias impresiones. Por un lado, no puedo estar de acuerdo con sentencias como estas: “No se trata de la idea ridícula de que el virus sea una invención de laboratorio o un plan maquiavélico para extender políticas todavía más autoritarias. Al contrario, el virus actúa a nuestra imagen y semejanza, no hace más que replicar, materializar, intensificar y extender a toda la población, las formas dominantes de gestión biopolítica y necropolítica que ya estaban trabajando sobre el territorio nacional y sus límites”. Preciado señala que no se trata “de la idea ridícula de que el virus sea una invención de laboratorio o un plan maquiavélico para extender políticas todavía más autoritarias”. Aunque lo niega, una línea más adelante, es víctima de “la idea ridícula” que intenta despachar.
Al establecer la existencia de una “biopolítica” y una “necropolítica”, le confiere entidad y sentido material a la hegemonía. Es decir, que sí hay intenciones determinadas detrás del virus, según el español. Entre tanto, al otorgarle al poder un marco de acción, incluso, una direccionalidad, está negando la concepción foucaultiana del poder. Se plantea en su texto la idea de un poder encarnado en ciertas instancias (¿el Estado, el Gobierno, las corporaciones, los medios de comunicación?). Un poder encarnado, identificable, así, sin más, no se corresponde con las formulaciones del poder que planteara el pensador galo sobre todo en la década del 70. Preciado institucionaliza, en alguna medida, el poder. Eso no es foucaultiano.
Preciado no hace más que confirmar, a lo largo de su texto, “la idea ridícula” de la que dice denostar. Lo que no entiendo es la ambigüedad del autor. Según su planteamiento, el virus se “singulariza” de acuerdo al contexto sociopolítico en el cual anida. Lo que no queda claro en esa “singularización” (de acuerdo al contexto que lo determina) es el papel de la biopolítica en tanto reproducción (y naturalización) de un orden de represión ya incorporado por la vía de la tradición hegemónica de la que somos deudores. ¿Cómo es que la “singularidad” del virus entonces se inscribe en la tradición hegemónica? ¿Se rompe con la “singularidad” y se inscribe en la generalidad hegemónica?
El autor español habla de “estrategia política” de los ejes de poder. Sin embargo, parece olvidar que la pandemia es un hecho concreto y que no obedece a “estrategias políticas” determinadas por la hegemonía. La pandemia se produce, ciertamente, en una atmósfera hegemónica patriarcal-capitalista. Se inscribe en esos marcos porque no hay otros marcos. Es lógico, nos guste o no, que la gestión de la pandemia opere de ciertas maneras y no de otras. La hegemonía actúa, no es pasiva. Entre tanto, esa noción de mutación que presenta Preciado es, cuando menos, desiderativa e ingenua. La mutación del sistema hegemónico se da dentro del mismo metabolismo del sistema. Es un movimiento dentro del orden hegemónico que no necesariamente implica su derrota, menos su clausura. El propio Foucault decía que las formas en la que se despliega poder, a veces, dan la impresión de ralentización, incluso de extinguirse. Pero, a la vez señalaba, que era solo una impresión; el poder siempre vuelve porque no puede dejar de ser/efectuarse.
El sentido de mutación que expone Preciado parece ser consecuente con la noción de “crisis sistémica del capitalismo”. De ser así, interrogo: ¿Supone ello un agotamiento de las formas hegemónicas tradicionales, incluso su cierre histórico? ¿Qué fuerza contra hegemónica está impulsando “esas transformaciones” del modelo capitalista? ¿El hecho de que la crisis del COVID-19 haya golpeado la Bolsa de Valores de Nueva York (y otras instancias del modelo hegemónico en su versión económico-financiera) implica que el sistema hegemónico está amenazado? En el Crash del 29 también hubo una crisis importante; si bien la incipiente potencia estadounidense entró en una crisis financiera sin precedentes, retomó su papel dentro de la geopolítica mundial; incluso, con mayor empuje.
Más adelante, en su auto profecía, Preciado señala: “La Covid-19 ha legitimado y extendido esas prácticas estatales de biovigilancia y control digital normalizándolas y haciéndolas “necesarias” para mantener una cierta idea de la inmunidad”. Listo, ya Preciado tiene la lectura “adecuada” de lo que pasa. “La Covid-19 ha legitimado y extendido esas prácticas estatales de biovigilancia y control digital”. Preciado habla en presente del indicativo. Ya esto está ocurriendo, nos dice el autor español.
Al parecer, y según el orden discursivo conspiranoico de Preciado, este virus le vino “como anillo al dedo” a los poderes hegemónicos. Todo lo cual hace suponer que Trump, Macron o Merkel están “felices” por esta “gran oportunidad” de desplegar sus formas de biopoder; ahora sí, “gracias COVID-19 por esta maravillosa oportunidad”, dice Trump en secreto por los rincones de la Casa Blanca. ¿Y los miles de infectados en EEUU?, “daños colaterales”, dicen los malévolos sanguinarios. Hay que disciplinar a la sociedad; esto es un mensaje: “Quédense en sus casas, nosotros los cuidamos”, así lo deja entrever Preciado.
El español critica la “segmentación estricta de la ciudad, confinamiento de cada cuerpo en cada casa”. ¿No es acaso esa la recomendación más sensata que dan científico chinos, cubanos, rusos, estadounidenses, congoleños, chilenos, alemanes, franceses… la comunidad científica en general? Pero Preciado ve la conspiración planetaria malévola. Ve en el confinamiento una forma de disciplinamiento que tributa al orden hegemónico. No ve la medida sanitaria general consensuada científicamente en todas partes del mundo (no sólo los poderes hegemónicos llegaron a esa conclusión); prefiere ver la “componenda hegemónica” de continuar la línea represivo-disciplinaria señalada en su momento por Foucault. No se niegan las concepciones del pensador francés, pero esta lectura de Preciado resulta algo desconcertante, sobre todo por su capacidad de crear ficciones y conspiraciones que, ahora mismo, parecen impertinentes. El español entra en ese otro “virus” de algunos intelectuales de izquierda de “sobre analizar”; poner por delante emociones y sensaciones, y no atender la dimensión problemática de la realidad.
Pareciera que en su lectura, el intelectual español establece que hay cierta “situación favorable” para seguir desarrollando procesos de producción de subjetividades funcionales al modelo hegemónico. Ciertamente la máquina de producción de subjetividades no para, trabaja las 24 horas de los 365 días del año; sigue siendo multi modal y ubicua. Pasa que esta situación y su terrible facticidad invitan a creer en la ciencia y la tecnología en función de superar esta problemática planetaria. Ya vendrá el tiempo de la crítica a los modelos científico-técnico deudores del patrón hegemónico: al positivismo, al negocio de las patentes y a sistema de investigación científica en general y su correlato con la investigación biomédica o militar; en definitiva, a todo el orden científico-investigativo. De igual forma, ya vendrá el tiempo de compartir sin que medien los dispositivos tecno-informáticos, el tiempo para las “salvaguardas del silencio”, como sostenía Steiner. Pero ahora mismo, la ciencia y la tecnología deben coincidir en la búsqueda de soluciones efectivas a esta pandemia. La ciencia, como pocas veces ha coincido de forma tan unánime, nos señala que debemos estar en casa. Lo siento por Preciado. El argumento científico es irrebatible. Entiendo sus legítimas preocupaciones, pero me resulta algo “trucada” su postura.
Ciertas izquierdas y sus delirios
Coincido con la apreciación de Manuel Malavé[1], joven intelectual venezolano, al señalar que Preciado “se mantiene en la línea del resto de los filósofos, que se sirven de la pandemia para ejemplificar sus posturas teóricas y políticas”. Lo mismo se puede decir de Žižek o Byung-Chul Han; ajustan teorías y concepciones a un hecho absolutamente inédito; más allá de las ventajas que, seguramente, sacará la hegemonía (no puede dejar de reproducirse, es parte de su propia lógica constitutiva) ¿Es impensado que lo haga? ¿Por qué no habría de hacerlo? ¿No es ese su papel: reproducir sus modos, sus formatos, su racionalidad? ¿Habrá que volver sobre el concepto de hegemonía para que se entienda, de alguna forma, que ésta sólo juega a su auto preservación, a la constante reproducción de sus lógicas y prácticas? ¿No se ha entendido aún la fuerza inercial de la hegemonía?
Si bien los poderes fácticos continúan operando en el orden material, digamos (sobre todo) que en el plano económico-financiero y productivo; es la dimensión simbólico-cultural la que más debería preocupar. La fuerza inercial de la hegemonía, su potencia naturalizadora y paralizante (auspicia toda clase de descompromisos y apatías) se articula constantemente con las formas de sociabilidad contemporánea; de hecho, la sociabilidad está regida por imperativos hegemónicos. Si no hay voluntad contra hegemónica sólida, para honrar la metáfora baumaniana (en los marcos económico-financiero y productivo), ¿cómo será posible articular algún tipo de experiencia contra hegemónica en el plano simbólico-cultural? Lo siento, pero eso no está pasando. En la liquidez de los relacionamientos sociales se juega el destino de la humanidad. Lo que preocupa es el orden etéreo de esos formatos hegemónicos. Su carácter lábil y, sobre todo, virulento (viral). Allí es donde se están produciendo los reacomodos de una hegemonía inaprensible, pero sobre todo, incomprensible para una izquierda que se “muerde la cola” discutiendo veleidades.
Hay quienes se afirman en una militancia sin fisuras. Esto acompañado, no faltaba más, con discursos y proclamas donde profesan unanimidad. Algunos ven el mundo desde ciertas unanimidades, desde un deber ser que se auto clausura sobre su misma prédica: no se admite lo otro, se pasa muy fácil, desde esas izquierdas, a la acusación: apátrida, derechoso, facho. Hay una capacidad extraordinaria para el dicterio que es inversamente proporcional al pensamiento crítico del que dicen ser herederos.
Algunos teóricos se entregan, sin más, al delirio y al ensueño, a una suerte de predicción conceptual confortable (allí el aplauso de alelados es unánime: “¡Mana, viste lo que escribió Butler!”), pero sin validez. No veo allí, como tampoco lo veo en Paul B. Preciado, ninguna potencia contra hegemónica. Por el contrario, veo, por irónico que parezca, la derrota estratégica de una izquierda onanista y posera (le gusta el fingimiento, la pose para la foto, el como si…).
Mientras otra izquierda sigue agitando, en medio de su desierto sin oasis, un socialismo decadente; se afirman en la creencia, en una metafísica que no logro comprender. Se desarman con tal facilidad ante una pregunta como esta: ¿Dónde, y esto apelando al sentido histórico-material, ha funcionado el modelo socialista? Respuestas: 1.- el capitalismo el malo, 2.- apátrida, 3.- lacayo del Imperio, 4.- tarifado de la CIA y la mejor de todas: 5.- “Es que el socialismo no se ha realizado en ninguna parte del mundo”. Entonces ripostemos: ¿Y Venezuela, Cuba, Corea del Norte, la Unión Soviética, Nicaragua, China, entre otros, qué son? Eso nunca fue socialismo. Sin Comentarios. Ante la derrota estratégica, no queda de otra que afincarse de todas las formas posibles, una y un millón de veces, sobre una prédica que no ofrece giros sustantivos: capitalismo es malo, depredador, contaminador, tanático… ¿y?
Hay una nueva crisis de la razón contemporánea y se lamenta, y mucho, que buena parte de la izquierda se haya dejado inficionar por este tipo de discursos y prácticas; donde la pose, la pantalla, el gesto, la performatividad (“mírenme, soy “pañuelito verde”, estoy decosntruido”), el simulacro, entre otros; están constantemente copando la escena y obstaculizando debates más sustantivos y complejos. El problema no es la afirmación militante, para nada. El problema es que hay que darles contenido y sustancia a esos actos. Lo que más llama la atención (y mucho irrita) es que hay que sumarse, hay que ser parte del coro; gritar las mismas consignas seriadas, leer los mismos textos, asumir las mismas prácticas performativas; puestas en escenas que, en muchos casos, no están desprovistas del ridículo. Todo ello conspira contra el pensamiento. Ser parte de la militancia es la norma; como si eso fuese lo más importante: adherir a las canciones, a las consignas, a los eslóganes, a las concentraciones. Hoy lo político está demasiado sobre determinado por lo partidario en un sentido amplio: el partido, el Gobierno, la ideología…
Ahora adherir a un Gobierno derivó en un acto de compromiso que, más temprano que tarde, obturará el pensamiento. ¿En qué momento se hizo tan importante la militancia gubernamental? ¿No es eso, en sí mismo (militancia gubernamental), una especie de contrasentido? ¿Y si militamos en el Gobierno, en qué momento activamos la potencia reclamativa? La militancia debe ser, por encima de todo, un acto de vigilia racional. Un sentido de sospecha que debe prevalecer por encima de cualquier otro orden político. Pero no. Estamos en la era de la pose y el simulacro. Por eso Preciado es tan preciado, incluso, en las instancias académicas.
[1] “La filosofía no sirve para nada”. Entrevista concedida por Manuel Malavé a Entre Malas Palabras. Disponible en: https://entremalaspalabras.wordpress.com/2020/04/11/manuel-malave-la-filosofia-no-sirve-para-nada/?fbclid=IwAR2FIB5IBPiwyrFiuxJIU1jrwI52qoJaUCkTlanohS5JXM1QWBog6VGXVzQ. Fecha de publicación: 12 de abril del 2020.