El primer efecto irreversible es el cierre de centros e instituciones educativas, por lo que las clases presenciales se trasladan a una formación online o a distancia. Actualmente, los profesores de varios países estamos experimentando lo que nunca imaginamos que iba a ocurrir, continuar con nuestras labores académicas desde la casa e interactuar así con los estudiantes.
La incertidumbre se apodera de nosotros. Cada día, mientras continúa la cuarentena, se va perdiendo gran parte del aprendizaje conseguido en clases presenciales. Este efecto ya lo sentimos, asignaturas planificadas sufren retrasos y cambios, por ejemplo, reducción de la hora de clase e inasistencia de estudiantes por falta de un buen acceso a Internet o por el uso de computadoras obsoletas.
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El apresuramiento de lunes a viernes; la preocupación por cumplir las actividades académicas a cabalidad; esperar que aparezcan los estudiantes de todas las edades, desde los más pequeños, a las videoconferencias; es común estos días. Una clase de quince minutos a niños de inicial, como si se trataran de estudiantes universitarios, es perder el control, al menos uno de ellos se aburre, se distraen con facilidad, se reniegan al estar sentado al frente de la computadora o un celular viendo a su profesor.
Esto provoca un efecto de angustia en los profesores, de no poder ayudar a los alumnos en las actividades como se harían en clases presenciales, ni tampoco realizar correctivos necesarios para que presten atención. Ahora, hay alguien más que les están mirando: padres y madres de familia.
Finalmente, frente a la crisis sanitaria que estamos viviendo ahora, no hay otra alternativa que la formación online, en circunstancias actuales es mucho más flexible. Además, experimentamos clases por Internet para los más pequeños, nunca visto en nuestro entorno presencial; esperemos que de esta experimentación se puedan obtener las mejores experiencias y logremos ser productivos en el desempeño docente online.