Por Looyrocks

En su espalda se veía crecer el gusano mortal, y lo que quería el joven Aníbal es que suceda pronto. Quería saber si se cumpliría. Desde que fue tocado por la Aprendiz, no dejaba de ver el agujero a través del espejo, allí donde se proyectaría su posterior metamorfosis. Y aunque a cualquiera le supondría repulsión ver el efecto sobre el cuerpo de aquella forma, eso ya no le incomodaba a Aníbal. Después de toda la espera, la forma —aunque un poco espeluznante— se había vuelto parte de aquel muchacho y sabía que no podía hacer nada hasta que finalmente se desprenda y cumpla la invasión del Barrio.

Huésped y asilo habían hecho el pacto de simbiosis y el sentimiento repulsivo que el uno sentía respecto del otro se borraba cada vez que se contemplaban, aquel ser con los ojos de inocencia y el muchacho con ojos de desprecio. Eran colores los que se movían en la espalda y en la rojiza piel invadida. No solo había picor y ronchas, sino también formas armoniosas; eran, en realidad, extraordinarios aquellos fractales que se creaban por el crecimiento del gusano. Se movían como juegos artificiales, parecía un tatuaje abstracto, vivo y colorido, que se apoderaba de grandes regiones de su piel y luego desaparecía.

Del otro lado de las fronteras iba la procesión de malabaristas y payasos. La carroza que trajo a la Aprendiz se alejaba con su jaula vacía; seguro se quedaba hasta ver cumplidos los hechos del Inicio. No es deber de la Caravana evitar el Inicio, solo dejar semillas ahí donde se designe. Esta vez fue el turno de la Aprendiz, aunque no estaba planeado. Y este Barrio tampoco era el objetivo, pero la intervención de Aníbal así lo destinó: «y la gran ola desatada llegará a cada habitante presentada en delirios aleatorios, tras mucho caos, en cientos, miles de pieles que los Benefactores devorarán con paciencia».

Aquel día en que comía nueces, el jovenzuelo no pudo sospechar que la Caravana únicamente se detenía a observar el paisaje del Barrio que daba cara al azul violeta de la cascada y el prado de más allá, era solo una parada «turística», lejana de los lugares habituales de la Caravana. En ciertos casos, los Tripulantes y Aprendices querían olvidar el encargo del Globo. El Malabarista, que es el jefe de esta Caravana, dio la señal y sus formas pasaron a ser más reconocibles que aquellas que llevan en las motas de polvo por las que siempre se transportan.

Por Luis Miguel Aucatoma (Looyrocks) – Mira a tu derecha.

Aníbal comía, su hermana le había regalado un cascanueces y un botecito de madera donde caían los pedazos. Resultó entonces que un esfuerzo sobre una hermosa nuez perlada, aprisionada en los acerados dientes, despidió un pedazo que dio contra el gañote de Payaso. Por descuido, nunca por incertidumbre; sobre aquel que tenía la única misión de recorrer la piel e incendiarla. Sin embargo, el germen isósceles lo tomó por sorpresa en el momento mismo que se materializaba la forma del ave que el Malabarista había elegido esta ocasión para la parada de descanso.

Jamás la materialización tuvo errores, y sucedía alejada de los habitantes: ¿por qué esta vez en el Barrio, y con la mejor vista de la cascada, tenía que ser la ocasión para irregularidades?


y existe, sin embargo, un flujo
capaz de adormecer y dominar
de establecer un embrujo
que une de forma inesperada y cruel
al ser y a los otros a su alrededor
para sosegar el egoísmo y atar,
siendo que todos nacemos del cincel
de artista descuidado y conservador.

LIBRADO DE UNA PURGA, 2017

La Caravana tiene prohibido creer que el Globo, que es el único que manipula las improbabilidades, haya dejado ahora que caigan en el margen de lo verosímil. La única forma de arreglarlo era contaminar el sitio de los habitantes y procurar el Inicio. Payaso, con intenso dolor de guargüero, no podía cumplir el designio… solo su pariente más cercana y absurda podría tener la misión. El resto de la Caravana debía curar a Payaso antes que el contacto durante la materialización gangrene todas las regiones.

Y mientras Aníbal seguía con sus nueces, la Aprendiz debía infectar con el gusano a cualquiera, para que el sitio de los habitantes vaya hacia el Inicio. Podía ser cualquiera, y dado que para la Caravana también están prohibidas las venganzas, la Aprendiz solo hallaba lógico colocar el gusano en el ser más cercano: y aquel muchacho con las nueces era el único candidato. ¿Quién podría incendiar las pieles si no seguía la Caravana? La Caravana no podría seguir sin el Payaso, el Payaso no podría existir si no se insertaba el gusano, el gusano no podía… un ciclo, y, como todo ciclo, debía cerrarse.

La conexión de la Caravana es tal que no se necesita ver lo que les pasa a los demás para actuar. Si se quiere, todo funciona como un único organismo. La Aprendiz, primera y única materializada de esa deslustra jornada, debía insertar la imagen de pesadilla en el muchacho y hacer que sepa que —desde ese día— él conocería el proceso del Inicio, para así poder infectar mientras el ciclo se cumpla.

Se abalanzó con violencia y su pico se clavó en la frente de Aníbal. Tomó al muchacho.

La nuez se atragantó en la garganta y el aire le empezó a escasear.

Todas las imágenes estaban ya en la mente de Aníbal.

Muchacho y gusano intercambiaban lugar y nombre.

Ahora el Gusano podía crecer en paz.

Edición: La Tecla Crítica

Artículo anteriorCrónica de Un Soledad
Artículo siguienteLa cara oculta de la Luna
Mariana Moreno (Quito, 1994). Mi vida: una tragicomedia, nada más allá de lo circunstancial. Frágil como un cristal; peculiar, marginal y accidental. Mi oficio: dibujante de utopías, traficante de letras, lectora de sueños, amante de la vida. Mi cuerpo: una piel intérprete de realidades, dos retinas tejedoras de textos, doscientos seis huesos anclados a los desbordes de una existencia nómada y otros vicios implacables de esta vida.

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here