Por José Miguel Pinto

José Miguel Pinto (Quito, 1995). Describe su vida como circunstancial y espontánea. Estudió lingüística aplicada con mención en traducción. No escribe mucho, pero lo que escribe, nunca decepciona. Conocedor y estudiante constante de la vida. No lee pero aprende de todo. Busca la perspicacia en lo cotidiano, a través de su comedia y su perspectiva musical, lo que trae una ambigüedad a su realidad y a la representación de ella. 

—Hoy, al parecer, fue otro día de pena y angustia, otro día para perderse en los pensamientos y creencias que no nos terminan llevando a ningún sitio. Parece que no pasa el tiempo lo suficientemente rápido y permite que mi mente viaje más lejos que mi cuerpo, sin un rumbo fijo, dejando que me pierda en una prisión del tiempo, —se dice a sí mismo mientras escribe esto. Puede que no sea un día nada normal para el resto, pero para él sí.

Nunca logró perder la habilidad de sentirse solo e insatisfecho, sin realmente entender el porqué. Él se siente sólo y perdido en un espacio, en el tiempo. Es un lugar del que nadie lo puede salvar; un espacio donde él deja que la mente siga sumergiéndose en la oscuridad de la soledad. No existe escapatoria por falta de alas que lo ayuden a volar lo más lejos posible, que lo lleven más allá de la realidad. Es este espacio lo que él llama soledad; esta soledad tan oscura que hace creer que nadie más sabe cómo es. Él sabe que, como no hay persona que sea igual a otra, cada soledad es distinta a los ojos de los demás, y aun así todos la tenemos que cargar. La soledad implica sacrificio y no hay salvación para aquel que no se sacrifique por las personas que quiera. Es un eterno sufrimiento que conlleva dar un gran amor y cariño a las personas que él quiere, pero sin recibir lo mismo, o nada, a cambio. Es una situación en la que ningún alma se preocupa por el sacrificio que él está destinado a sentir… a hacer para que el resto no sea sumergido en su propia pérdida y desesperación. No existe preocupación del resto hacia él. Sin saberlo encarar, él decidió escapar a otro lugar para empezar de nuevo: ¿Quién diría que en ese lugar sería donde más perdería y más ganaría como persona?

En su viaje conoció a muchas personas que hicieron lo mismo que él, escapar, y todos le dijeron lo mismo: «La soledad siempre volverá a tu lado, de cualquier manera. Ella regresará y serás olvidado por el resto. Nadie te recordará por lo que fuiste, eres o serás. Te volverás una lápida más sin nombre». Fue así que descubrió, a través del dolor y la pena, que la soledad que debe cargar no se irá mientras él siga escapando y viviendo; crecerá más y se hará cada vez más pesada hasta que lo aparte de todo y desaparezca en ella. Decían algunos que, para evitar pensar en la vida a sufrir por delante, «al dar una máscara a alguien, ésta te mostrará quién realmente es». Él no confía mucho en estas palabras, sin embargo, las analiza y aparenta darles sentido. No saber quién eres y cómo eres por dentro te hace caer en cuenta de muchas cosas. Descubres lo vacío y lo reemplazable que puedes llegar a ser. Si te conoces por dentro, sabes lo que puede pasar al no evitar algunas cosas, lo que podría pasar si no controlas ciertas emociones y ciertos sentimientos… él lo considera como tener un azar en la vida, una vista borrosa hacia el horizonte, un camino lleno de niebla; por un lado, piensa que se conoce a sí mismo, cómo es, cómo se siente y cómo reacciona frente a ciertas situaciones y circunstancias. Pero, en realidad, está presente esa incomprensión de su interior, la de su verdadero yo. Comienza a pensar que esta es la razón por la que la soledad va de su lado, como un hombre y un perro, su fiel compañero. Al entender esto, comienza a crear en su mente ideas, preocupaciones de lo que puede pasar si alguien le llega a entregar una máscara. Son preocupaciones que surgen por el hecho de no encontrar salvación a la soledad. Son emociones incontrolables que lo llevan a esos cambios de ánimo y humor que ocurren en cualquier lugar, en el momento menos esperado. La soledad no le niega la tristeza ni la pena, ella las crea. Él sólo vive con una imagen de lo que hubiese sido no ser el elegido para cargar con ese peso; un sueño inexistente que recorre su cabeza.

Decidido a acabar con el malestar de su corazón y su alma, volvió al lugar de donde vino para encararla y evitar que lo aplastara. No fue como él lo esperaba, la soledad se transformó. Ya no era una esencia que lo rodeaba, ahora era una bestia sin control, un animal despiadado con cualquiera que se acercara. El miedo sucumbió su cuerpo, alma y mente. No logró moverse hacia adelante, sino que retornó a lo mismo y siguió sus pasos tratando de escapar y ver la luz de la felicidad. La bestia lo rodeaba nuevamente, evitando que todos se aproximaran y destruyeran su único alimento; entendió así que no había salida. 

Empezó a meditar, pues los otros descubrieron que esta era una manera de controlar a la bestia. Sin efecto alguno, él sigue ahí, impidiendo que la angustia lo coma por dentro. Trata de recordar por qué tiene un vacío en su interior, qué es lo que le falta. No lo ha descubierto hasta ahora, hace mucho lo olvidó. Piensa en las personas que quiere y en cómo nunca hubo razón alguna para que alguien lo quisiera. La soledad absorbe toda imagen feliz que tiene en su mente, dejando solo ilusiones y falsas idealizaciones de amor. Su corazón y alma ya no se dejan llevar por ideas futuras; saben que ninguna de ellas lleva a la felicidad. Y sigue él, en su largo trayecto, con la mente perdida en el horizonte y el cuerpo vagando en el pasado. La vida continúa para él. Si nadie más cargara el sufrir y el pesar que lo atormentan, el mundo estaría cubierto en oscuridad…

Han pasado ya más de tres años desde la última vez que pensó en esto. Ahora el mundo ya no es igual, ni su forma de verlo. Ahora él vive en el presente, vive el día a día, con nuevos sueños y nuevos desafíos. La soledad ya no es aquella bestia que lo seguía a todo lado. Ahora se ha transformado en una persona igual a él, pero aceptada en su vida. Es un reflejo de un espejo que está presente, a su lado. No para llenarlo de angustia y temor, sino que ya es parte de su personalidad, una más de sus emociones, un ser que lo ayuda a tomar decisiones, a escoger un mejor camino. Aparece ahora muy rara vez y, si aparece, le cede el paso sin obstaculizarlo. La vida cambia, y la persona que la conlleva cambia su forma de pensar. Muchos miedos han desaparecido, nuevas virtudes afloran y destacan su forma de ser. Esta crónica ya no tiene mucho sentido sin el sufrimiento ni el dolor que lo afligen, solo es un relato de sus acciones, que ocurrieron, ocurren y ocurrirán.

Edición: La Tecla Crítica.

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Mariana Moreno (Quito, 1994). Mi vida: una tragicomedia, nada más allá de lo circunstancial. Frágil como un cristal; peculiar, marginal y accidental. Mi oficio: dibujante de utopías, traficante de letras, lectora de sueños, amante de la vida. Mi cuerpo: una piel intérprete de realidades, dos retinas tejedoras de textos, doscientos seis huesos anclados a los desbordes de una existencia nómada y otros vicios implacables de esta vida.

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