Fotografía: María Augusta Orozco

Se sienta tierno, apretando los dedos
son dos hombres muertos en mis labios.
Se pierde en un segundo
Ese que sabe como tocar el tiempo.

Es el dueño de la tristeza
cuentacuentos de nostalgia
dictador del futuro intermitente
creador de los colores mezclados con agua acuarela.
De pincel fino, pulso quebrado
y sin dudar de un alma envenenada.

Me despierta con acordes de guitarra
holocausto del alma.
Egoísta me duerme sin tonada,
mi conexión innecesaria con la raíz.

Ligero toque de sanación son sus cuentos,
delicioso veneno en la lengua seca,
raspón de aventuras en las piedras,
ternura verde del jardín.

Siempre camina por el borde la pared,
haciendo equilibrio con la mano sucia,
sin miedo a la muerte, retándola a su visita fría,
reclamando que tarda, y lo insoportable de su espera.

Vive repitiendo eso de que la edad es solo adorno
en el fondo de las noches, él sigue jugando con canicas,
simulando un teatro con los viejos amigos.

Sus ojos miran para abajo por disimular el resultado de la tertulia
si de conversación se trata, un cuento revolución es clave
sin que le rimen los versos adolescentes , ni le de tregua la risa
se mantiene en el ajetreo de encomendarse a la Virgen.

Nos encontramos entre los perdones que no se dicen
y el sentarnos frente a frente en la mesa
como antiguos enemigos y practicantes de caricias
reflejados el uno en el otro, no queda más que el reconocimiento.

Somos el uno para el otro, los mismos males, los mismos rituales,
él desde lejos vigilando testigo mis caídas
yo cuidando sus achaques sin arrimar el hombro
nos escuchamos , él en mi poesía barata
y yo como única seguidora de sus cuentos,
resumiendo, es él cuentacuentos de la luna.

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here