Desde mi ejercicio de historiador, tengo varios reparos a la posibilidad de que, sin suficiente examen, se siga asumiendo al 15 de agosto de 1534 como la fecha irrebatible, terminante e indiscutible de la fundación de Riobamba como muchos lo han creído y la institucionalidad lo ha sustentado. No es este el asunto histórico en el que más haya puesto mi atención, pero, vez tras vez, he ido advirtiendo elementos y argumentos que me dan luces para concluir en que no ando del todo equivocado.
No creo, por otra parte, que los elementos en que sustento mis objeciones solo sean por mí conocidos;pienso más bien que, habiendo sido publicados varios de ellos, y siendo conocidos por quienes pudieran tomar decisiones, no han recibido la debida importancia, asumiéndose, en su lugar, una posición que, de tan cómoda, termina revelándose poco consecuente con una bien entendida función social del pasado que, para las actuales y futuras generaciones, debe partir del conocimiento contrastado de las historias y procesos correspondientes a otras circunscripciones, las de Quito y Guayaquil concretamente, y no solo de unas ansias de gloria, figuración y supremacía que, de tan exageradas, terminan revelándose absurdas.
En 1987 el municipio de Riobamba publicó un trabajo de Ricardo Descalzi en el que, sobre desmentir la creencia de que Balvanera sea “la primera iglesia del Ecuador”, como acríticamente se ha creído, incluyó la transcripción del acta del 9 de julio de 1575, acaso la única a la que se podría asumir como sustento oficial de la fundación española de San Pedro y San Pablo de Riobamba, por encima de relatos corográficos, grandilocuentes y autocomplacientes, casi que limitados a un anodino ir y volver en torno a unas “fundaciones” y “restablecimientos” a los que no cabe seguir teniendo como última palabra, tal el caso de los referidos en los trabajos de Traversari, Costales Cevallos o Costales y Peñaherrera, trabajos que, respetables y todo, se quedaron muy en su momento.
El 20 de julio, en conversatorio realizado por vía telemática, el historiador Ángel Emilio Hidalgo consideró varias fechas, actores, elementos geográficos y propuestas revisionistas, entre ellas las de Miguel Aspiazu Carbo, que con su libro dedicado a las fundaciones de Guayaquil, abrió un debate en principio acalorado y hasta intolerante frente a la posibilidad de que Guayaquil haya sido fundado en un punto de la sierra, en Cicalpa concretamente, de donde sale el acta de fundación de la ciudad de Santiago de Quito, que precedió a la fundación de la villa de San Francisco de Quito, debiendo entenderse por Quito al “país” y no solo a la circunscripción que finalmente quedó con dicho nombre. Al enriquecerse esta charla con las preguntas de los concurrentes, –asunto que no debería pasar desapercibido en Riobamba–, se planteó la posibilidad de impulsar en Guayaquil un movimiento que traslade la conmemoración de la fundación de dicha ciudad al 15 de agosto, dejando atrás la costumbre de hacerlo el 25 de julio.
Esta discusión, necesariamente, debe ampliarse y contar con los pareceres de investigadores de Quito y de Riobamba que, con serenidad, pero ante todo con profesionalismo, aportemos con nuevas luces para un mejor conocimiento del pasado nacional, no solo local, lo mismo que para una mejor informada construcción de las respectivas memorias públicas; los llamados procesos fundacionales, siendo importantes, son aspectos relevantes en la historia de nuestras ciudades y sociedades, pero, vistos con desapasionamiento, son también momentos en el proceso de dominación del espacio conquistado, empresa que para nada es inocente ni puede pintarrajearse con meros brochazos en blanco y negro. La moción queda públicamente relanzada.