Muy transparente cuento un poco de la eternidad que quise en algún momento, abro mi ser a cada persona que esté dispuesta a leerme y conocer un poco de lo que llevo dentro del alma.

Una vida sin sepultura era el dilema de varios días, de meses e incluso años. Soñaba con la eternidad, cada mañana despertaba intrigada por un nuevo día, lo que podía ofrecerme la vida y yo ofrecerle a ella.

El desespero a veces atormentaba mi cabeza, un ayer atado a mi presente de forma inconsciente y un futuro que mi presente encadenaba.

Algunos días luchaba por escribir y quien me lea me encuentre viva en cada palabra, esa era mi eternidad, la eternidad que buscaba.

En las madrugadas cuando la mente está más dispuesta a la propia destrucción, con pensamientos que obviamos durante el día, abrí mi alma buscando dentro de ella, cuál era la causa de los desvelos e intranquilidad. En un pequeño rincón, encontré un poco de dolor, pensé que dentro de mi había sanado el ayer, mentí, pensé que había sembrado una semilla y que había florecido, mentí una vez más. Observé, era un oscuro vacío de emociones reprimidas, no hay planta, ni mucho menos una semilla, no había nada y resulta difícil pensar en la nada, sin imaginar oscuridad.

En mis intentos de permanecer siempre viva, ya había fracasado, estaba muerta por dentro, no tenía nada por ofrecer a la vida, era otra mentira.

Entre escrito y escrito no lograba sentirme, no lograba encontrarme. Un ladrón de letras se había llevado lo único que podía mantenerme con vida, mi conciencia, mi sentir.

A diario me dejaba consumir por el tiempo, y los días perdieron su gracia, porque prácticamente me resigné a la muerte en vida.

Qué pretende un ser humano queriendo la eternidad si para él, la vida no tiene significado alguno, razoné. Cuál es la gracia de la vida si vivimos con ceguera apoyándonos a la monotonía asesina.

Ya había transcurrido hasta entonces casi dos años deambulando sin gracia alguna y aun así deseando la eternidad, sin saber cómo sentir la vida a su tiempo, a su medida. En esos dos años, me enamoré, escribí cartas de amor, reí, lloré, abandoné mi ser asumiendo el riesgo de ese entonces mi concepto de “amor”, volví a llorar, me ilusioné, pase seis meses creyendo que autolesionarme era normal, abandoné mis sueños, me dejé llevar, permití palabras hirientes, incluso dejaron de ser palabras, luego escribí cartas de desamor que nunca fueron leídas, después intenté remediar mis errores, pero era demasiado tarde, era demasiado tarde para reparar el daño que yo misma había causado.

Con una mente tan influenciable, con una mente manipulable, era fácil para mi absorber cuando se desconoce muchas cosas que me rodeaban en ese entonces, era una esponja que lo absorbía todo y no discernía nada.

Ahora, que abro mi ser a ti, sin temor, con seguridad, puedo decir que no me arrepiento del dolor que observé en el vacío de mi alma. Las palabras que alguna vez escuché cobraron sentido “de los errores se aprende”

En un rincón de la pequeña habitación en donde estaba dispuesta a abrir mi alma, asumí que ya no quería ser eterna, ahora la eternidad me aterraba.

En un rincón de la pequeña habitación en donde estaba dispuesta a abrir mi alma, acepté mi mortalidad, y me perdoné por el tiempo que dejé ir sin darle valor, me perdoné por mirarme con pena en algún momento, me perdoné por no amarme y esperar que alguien más lo hiciera, me perdoné por darle un lugar a cada persona sin merecerlo. Y también me perdoné, por mentalizarme que el amor debía doler, me perdoné por reprimir mis emociones para no aparentar ser “intensa”. Me perdoné por abandonar mis creencias… me perdoné por haber abandonado a mi alma, me perdoné por querer eternidad sin apreciar los instantes.

Me perdoné por haber sido una chiquilla ciega e impulsiva, pero estaba agradecida por aquella niña que me abrió las puertas, a una experiencia más que tiene la vida. No me arrepentía, ya no dolía.

Una vida con sepultura, una vida consciente de que se escapa de nuestras manos cada segundo que es desperdiciado.

Quiero ser de instantes, de esos que atesoramos en el alma porque no recordamos con amargura, sino con un sabor dulce y con brillo en los ojos. Quiero aprender y seguir aprendiendo pero no de la mano del dolor, quiero aprender con amor para que el universo se pinte de color, y apreciar esos detalles de los que somos inconscientes, como un amanecer, como las estrellas, la lluvia, el sol, una planta que crece, el cielo gris o celeste, la luna, el ronroneo de la compañía que ofrece un gato, un perro que siente felicidad pura al verte de regreso a casa, la sonrisa de tu madre, las conversaciones llenas de carcajadas con la familia, el abrazo sincero de uno de tus amigos, el olor de una comida favorita, detalles que nos hacen sentir a la vida misma,  dentro de nuestra alma.

Ahora me abro a experiencias que hagan de mi día a día un aprendizaje completo, una vida de la que no me arrepienta cuando mis ojos decidan cerrarse.

Ya no quiero eternidad, quiero instantes.

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